“Aun estaba hablando y orando, y confesando mi pecado y el pecado de mi pueblo Israel, y derramaba mi ruego delante de Jehová mi Dios por el monte santo de mi Dios; cuando el varón Gabriel vino a mí” (Daniel 10:20, 21)
Hasta aquí la cosecha personal sobre el capítulo 10 de Daniel. Ahora vamos a proceder con la ayuda del comentarista. Hemos visto que “tanto los ángeles como los seres humanos están involucrados en el mismo conflicto luchando juntos contra los mismos enemigos” (Comentario Antiguo Testamento Andamio, Daniel, por Ronald S. Wallace). ¡Imagínate la lucha en los cielos cuando Herodes el Grande quiso matar al indefenso Niño Jesús! Por eso José tuvo varios sueños con ángeles avisándole a huir, cuándo volver, y dónde establecerse después (Mateo 2). Por eso vino un ángel para fortalecer al Señor Jesús en su lucha final contra Satanás (Mateo 26:41). Un día sabremos lo qué pasaba en los lugares celestiales durante la crucifixión mientras millares de millares de ángeles estuvieron en alerta roja, preparados para intervenir en un momento si fuesen llamados. Por eso pidió Jesús a sus discípulos y amigos que orasen. Pero fallaron y no hubo nadie de su parte en la tierra. Por esto dice: “Mire, y no había quien ayudara, y me maravillé que no hubiera quien sustentara” (Is. 53:5). Solo, sin ayuda humana, su brazo le dio la victoria.
Las luchas entre los estados políticos y el pueblo de Dios tienen su paralelo en las esferas celestiales; también se combaten allí. El comentarista observa que la tensión entre Persia y el pueblo de Dios se refleja en el conflicto entre el príncipe de Persia, un poder satánico, y Miguel, el encargado de la defensa. En estas batallas terribles los seres humanos participan con ayuno y oración (Ester 4:16). La angustia más intensa de Daniel coincidió con el tiempo en que hubo gran lucha en los cielos entre Miguel y el príncipe de Persia: “En aquellos días yo Daniel estuvo afligido por espacio de tres semanas” (v. 2) y “El príncipe de Persia me opuso durante veintiún días” (v. 13).
¡Lo más impresionante es que Daniel, por medio de sus oraciones, ayudó a Miguel a ganar la victoria! ¿Cómo supo Daniel que tuvo que orar y ayunar precisamente en aquel tiempo? ¡Por su estrecha comunión con Dios! Su espíritu le dijo que tenía que orar y él pagó el precio en intercesión. El comentarista dice: “Tan agradecidos estaban los poderes celestiales por la ayuda de las oraciones de Daniel, que el mensajero celestial se presentó ante él para darle las gracias y fortalecerle en la debilidad que le había costado tal conflicto, animándole a seguir orando con la misma preocupación y ansiedad”. Le comenta que ahora se presenta otro conflicto con el príncipe de Grecia y es como si pidiera su colaboración en esta batalla también. Sacamos la conclusión de que por medio de la oración y el ayuno los creyentes ayudamos a los ángeles en las guerras celestiales y que ellos nos ayudan en los conflictos terrenales, y que juntos “propiciamos el destino en una escala cósmica mayor de lo que habitualmente se entiende”.
Esto nos deja con mucho en que pensar.
Enviado por el Hno. Mario Caballero