“Jesús le dijo: Yo soy el camino”
(Jn. 14:6)
¿Cómo puede un pecador llegar a Dios, quien es santo y perfecto y apartado de pecadores? El Tabernáculo que Moisés levantó en el desierto nos muestra el camino. Es el audiovisual que Dios nos ha dejado para mostrarnos el camino de la salvación. Hay una sola puerta. No hay otra manera de llegar a Dios. La puerta es Jesús. Él mismo nos dijo: “Yo soy la puerta” (Juan 10:9). La puerta no es ninguna religión, sino una persona, el Hijo de Dios. Es Él quien nos conduce al Padre.
Él es la puerta y Él es el camino. Entramos por la puerta y seguimos el camino. Este nos conduce primero al altar de sacrificio, el primer mueble en el patio del Tabernáculo. Allí es donde se sacrificaban los animales como sustitutos para pagar por los pecados de los arrepentidos. Este altar corresponde a la cruz donde Cristo fue sacrificado como el Cordero de Dios por nuestros pecados. Hebreos nos lo explica claramente: 9:13, 14; 10:1, 14, 4, 12, 18. “La sangre de Cristo nos limpia de todo pecado” (1 Juan 1:7).
Después seguimos el camino y nos conduce al lavacro. Después de recibir el perdón de nuestros pecados, nacemos de nuevo por obra del Espíritu Santo para formar parte de la familia de Dios: Juan 1:12 y Hechos 11:16. “Nos salvó por el lavamiento (lavacro) de la regeneración y por la renovación en el Espíritu Santo” (Tito 3:5).
Ya que somos salvos podemos pasar por el velo y entrar dentro del Tabernáculo, al Lugar Santo. Allí encontramos la mesa de panes que nos hablan de Cristo quien es el pan de vida (Juan 6:32). Esta nos habla de su Palabra, la Biblia, que es comida para nuestras almas recién nacidas, y nuestro alimento toda la vida. Cada día leemos su Palabra y recibimos vida de Él.
Delante de la mesa esta el candelero que representa a Cristo. Él es la luz del mundo (Juan 9:5). El combustible es aceite, que representa el Espíritu Santo. Nosotros somos luz en el Señor (Mat. 5:14). Andamos en luz (1 Juan 1:7), que significa que vivimos una vida santa. El Espíritu Santo alumbra nuestra mente para comprender la Palabra de Dios y viviendo según ella, andamos en santidad.
Luego el camino nos conduce al altar de incienso que representa la intercesión de nuestro Sumo Sacerdote, el Señor Jesús, y, en un sentido secundario, representa nuestras oraciones, que son olor grato que suben a la presencia de Dios que está al otro lado de velo. Este velo fue rasgado abriéndonos el camino a la misma presencia de Dios cuando Cristo fue crucificado por nuestros pecados (Mateo 27:50, 51). Heb. 9:6, 7, 11, 12. Por su muerte tenemos libre entrada al trono de Dios: Heb. 10:19-22.
El camino termina delante del propiciatorio, el trono de Dios, de su misma presencia, nuestra meta (Heb. 9:12-14 y 4:6). Así llegamos a Dios. El Sumo Sacerdote entraba una vez al año para presentar la sangre de la victima delante de Dios y así recibir el perdón por el pecado del pueblo. Cristo entró en el Tabernáculo celestial y roció el Trono de Dios con su sangre para nuestra eterna salvación. Así hemos conseguido la salvación, y así es como cualquier persona que está buscando a Dios la encuentra: por medio del altar y el lavacro, el pan, el candelabro, y el altar de incienso, es decir, por medio de la cruz, el nuevo nacimiento, la luz de la palabra y la oración.
Enviado por el Hno. Mario Caballero