“Permaneced en mí” (Juan 15:4).
Esta es nuestro desafío diario, el de permanecer en Cristo continuamente. Surgen cosas y, de repente, perdemos el equilibrio espiritual. Nos descentramos. Hay muchas maneras de decir lo que pasa cuando algo interrumpe nuestra comunión con el Señor: Empezamos a funcionar en una onda equivocada; estamos con la mente desenfocada; va por el derrotero equivocado; tenemos una actitud que no es la correcta. Estamos enganchados en una actitud en que la oración no encaja. No nos apetece. No se nos ocurre orar. No estamos pensando en las cosas de Dios, porque están muy lejos de nuestros pensamientos. Ha habido una interferencia. Somos como el móvil sin cobertura. No va. Dios parece muy lejos y el mundo presente muy cercana.
¿Qué puede ocasionar este bajón espiritual?
Alguien hace algo que no estamos de acuerdo con ello.
Estás de viaje y no puedes encontrar un tiempo para orar.
La casa se queda sin luz o agua caliente, y ya estamos de mal humor.
Alguien te interrumpe e interfiere con tus planes.
Tienes que atender un niño pequeño o una persona mayor y no puedes estar por la lectura de la Palabra.
Estás en medio de un mal ambiente todo menos propicio para orar.
No te encentras bien de salud.
Decimos lo que no debemos.
Pecamos sin querer.
Sea lo que sea, no estamos por la labor. No nos resulta natural hablar de Dios, no sale la oración espontanea, no hay ningún cántico espiritual en nuestro corazón, y no tenemos poder espiritual. Se nos ha ido el gozo y la paz.
Normalmente sabemos cuál ha sido la causa, pero si no, hay que averiguarlo, o este estado puede durar días. La comunión con el Señor es demasiado valiosa para dejar pasar el tiempo con este enfriamiento espiritual. No estamos hablando de pecados gordos, sino de trabas o estorbos en la vida de una persona que normalmente camina con el Señor. Ya ha cultivado cierta sensibilidad y se da cuenta cuando se le ha ido el gozo. Sirve como termómetro para tomarse la temperatura espiritual. El estado normal de un creyente es estar lleno del Espíritu Santo. Esto se manifieste en los frutos del Espíritu, y también en una comunión continuada con el Señor que el creyente nota y cuida, como cuida todas las relaciones que valora. Pues, este creyente, cuando sabe lo que le ha pasado, acude al Señor y le pide perdón por permitir que algo haya interferido con su comunión con Él, y rectifica lo que está mal. Luego continúa su camino, como siempre, con el Señor muy presente en todo lo que hace, oyendo su voz, y hablando con Él, felizmente, como siempre.
Enviado por el Hno. Mario Caballero