Leer | Juan 10.18
Son muchas las personas que llevan puesta una cruz porque es símbolo de cristianismo. Pero pocas entienden la profundidad del amor que ella representa.
La crucifixión es probablemente el método de ejecución más doloroso que registra la historia. Comenzaba cuando el reo era azotado por el pecho y la espalda por dos soldados. Usaban un látigo de tres cuerdas, cada una de las cuales tenía un trozo de hueso incrustado que desgarraba la carne en forma de cintas. No es de extrañarse que Jesús cayera y no pudiera llevar su cruz después de esa tortura.
Luego, los soldados martillaban largos clavos cuadrados en las manos o en las muñecas, cuya forma aumentaba el ya insoportable dolor. Otro clavo era introducido en la madera a través de los tobillos. Al levantar la cruz, los verdugos la dejaban caer en un agujero en tierra, y esa caída desgarraba más la carne. Para respirar, el condenado tenía que enderezarse sobre sus sangrantes tobillos.
Jesús era Dios, pero también plenamente humano. Por eso, experimentó la agonía física que cualquier humano sentiría con ese método tan brutal. Además, sintió la angustia emocional y espiritual por el rechazo de su pueblo y la negación de sus discípulos. Y lo peor de todo, cuando tomó sobre sí nuestro pecado, su Padre celestial lo desamparó (Mt 27.46; 2 Co 5.21). Pero Jesús no se vio a sí mismo como víctima; Él había decidido ofrecer su sangre en favor de nosotros, lo cual consideró un gozo (He 12.2).
Dedique tiempo para pensar en todo lo que Jesús sufrió en la cruz por usted, y dele gracias por su amor sin límites.
Por Min. En Contacto