Colosenses 1.28-29
¿Qué le causa vergüenza? Tal vez se sienta incómodo cantando en público, o la cara se le enrojezca cuando alguien le sorprende hablando solo. ¿Alguna vez se ha sentido avergonzado al hablar de Cristo, porque no quiere arriesgarse a hacer el ridículo o ser visto como fanático?
Mantenerse callado puede parecer seguro, pero resulta en desperdiciar las oportunidades que le ha dado Dios de compartir la única noticia que puede transformar tanto la vida terrenal como el destino eterno. Considerando todas las cosas buenas que Dios nos ha dado, debiéramos estar deseosos de hablar de Jesucristo y de su salvación.
Antes de ser salvo, Pablo había cometido un gran pecado (Hch 26.12-18). Fue un perseguidor de la iglesia transformado en misionero por la gracia de Dios. Nada en Pablo merecía que fuera salvo, y él lo sabía. Por consiguiente, el apóstol nunca dejó de alabar y proclamar el amor y la salvación del Señor.
A pesar de la magnitud del pecado de Pablo, no recibió más gracia que cualquiera de nosotros. De haber tenido nosotros, antes de la salvación, una vida de moralidad según los estándares humanos, nuestro pecado nos habría separado de Dios de todas maneras. Si ignoramos esta verdad, y olvidamos el poder transformador de Cristo, es posible que no tengamos ninguna motivación para contar a los demás lo que Él ha hecho por nosotros.
En vez de pensar que somos mejores que nuestros vecinos que viven en concubinato, o que un profesor ateo, debemos verlos como Cristo nos vio: como pecadores necesitados de salvación. Es vital que escuchen el evangelio, y somos nosotros los que Dios puede usar para compartirlo con ellos.
Por Min. En Contacto