Leer | Salmo 118.1-4
El mundo es malo, pero Dios es bueno, y aun los que no creen en Él experimentan su bondad (aunque puedan atribuir su bienestar a la buena suerte o su dedicación al trabajo). Pero nosotros, que seguimos a Cristo, sentimos a veces que los no creyentes no merecen tener prosperidad o buena salud; particularmente si hemos sido fieles, pero nos encontramos luchando con problemas. Sin embargo, no importa cuán grande sea nuestro servicio a Dios, no somos más merecedores que los demás.
Nuestro Dios omnisciente toma muchas cosas en cuenta a la hora de decidir qué es realmente bueno para alguien, y cómo bendecir mejor a esa persona. Basa su decisión en lo que hay en el corazón de cada persona. Por ejemplo, un diezmo de $10 puede parecer ser fácil de dar para una persona que gane solamente $100 a la semana. Pero, unos años más tarde, la misma persona, ahora rica y exitosa, puede creer que no puede permitirse dar $1.000, aunque esa cantidad represente el mismo porcentaje de su sueldo.
A veces, el Señor se abstiene de derramar su bendición porque sabe que lo bueno en exceso puede hacernos daño, o puede ser selectivo en cuanto o lo que Él nos concede, para que no seamos tentados a adorar el regalo, en vez del Dador.
En realidad, a menos que seamos mayordomos sabios, el Señor puede quitarnos ciertas bendiciones. Para ser bendecidos plenamente, debemos prestar atención a lo que enseñan los salmistas: Dios bendice con abundancia a quienes andan en santidad, se refugian en Él, y le obedecen (Sal 84.11; 34.8, 9).
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