jueves, 2 de diciembre de 2021

Jericó

Jesús le respondió: ‘Un hombre descendía de Jerusalén a Jericó…'

Lucas 10.30a


Para ir de Jordán a Belén, es muy probable que José y María hayan pasado por la ciudad de Jericó. Seguramente sabían muy bien la historia de la destrucción de Jericó que se narra en Josué 5.13-6.20. Sabían que habría sido imposible ocupar la Tierra Prometida sin antes conquistar Jericó. Recordarían lo imposible y extrañas que habrían parecido las órdenes de marchar alrededor de la ciudad durante seis días, y en el séptimo día marchar siete veces alrededor de ella para que luego, cuando así se les ordenara, todos gritaran y las murallas se derrumbaran. ¡Increíble! Es muy probable que hasta les haya dado escalofríos el sólo recordarlo.


Recordarían cómo el pueblo de Israel había respetado y honrado a Josué al ver cuánto el Señor los había bendecido a través de él. Sabían que los israelitas veían a Josué como a un «salvador», pues él era quien los había llevado a la Tierra Prometida. Sabían que el nombre con el que llamarían a su Hijo venía de la misma raíz. Sabían que las expectativas que el pueblo tendría de él también habrían de ser grandes.


Pero no sabían cómo habría de suceder. No sabían que, si bien la derrota de Jericó había sido inusual, la derrota del pecado, la muerte, y el poder del diablo sería mucho más inusual aún. Para derrotar a Jericó no fue necesario un ejército, y tampoco iba a ser necesario un ejército para destruir el poder de las fuerzas del mal. Lo único que iba a ser necesario era el sufrimiento inocente y la muerte de una persona-su hijo. Su sufrimiento y muerte derrumban las paredes que nuestros pecados levantan entre nosotros y Dios, permitiéndonos así entrar a la Tierra Prometida eterna.


Por CPTLN