Jesús le respondió: ‘Un hombre descendía de Jerusalén a Jericó, y cayó en manos de unos ladrones…'
Lucas 10.30
El camino de Jericó a Jerusalén era muy transitado. María y José, al menos hasta donde sabemos, lo hicieron sin inconvenientes. Sin embargo, Jesús habría de contar la historia de un hombre al que no le fue tan bien. Esa historia habría de convertirse en una de sus parábolas más famosas. Jesús la contó en respuesta a la pregunta que le hiciera un maestro de la Ley: «¿Y quién es mi prójimo?» Ese maestro sabía la respuesta correcta. Lo que era difícil era la aplicación.
Jesús estaba por nacer. Él iba a amar a su Padre con todo su corazón, con toda su alma, con toda su fuerza, y con toda su mente, y también iba a amar a su prójimo como a sí mismo, y lo iba a demostrar de muchas maneras. En forma especial lo iba a demostrar a quienes eran lastimados en los caminos de la vida.
Jesús nunca siguió ni sigue de largo. Él es quien se detiene para curar nuestras heridas y asegurarse que recibimos la atención necesaria, y quien cubre el costo. Y el costo iba a ser alto. Por ser nuestro prójimo, Jesús iba a pagar con su propia vida, y lo habría de hacer de propia voluntad… porque nos ama.
En su camino de Jericó a Jerusalén, María y José llevaban consigo a aquél que habría de amar a cada pecador y tratar con misericordia a cada necesitado. Hoy es a nosotros a quienes Jesús nos dice, en nuestro camino de Jericó a Jerusalén: «Anda entonces, y haz tú lo mismo». (Lucas 10.37b).
Por CPTLN