martes, 26 de octubre de 2021

No endurezcas tu corazón

 “Por lo cual, como dice el Espíritu Santo: “Si oyen hoy su voz, no endurezcan el corazón como sucedió en la rebelión, en el día de prueba en el desierto” 

Hebreos 3:7 y 8.

Sea alabado el Dios vivo por todo su pueblo, a Él sea la gloria, el poder y el honor por siempre y para siempre.

Que nuestro Padre Dios y su amado Hijo Jesucristo sigan derramando abundante gracia, paz y misericordia sobre todos ustedes.

Oremos, y pongamos en manos de Él nuestro corazón para recibir su mensaje.

Todos los que hemos nacido de nuevo no debemos conformarnos con decir “ya soy cristiano” y quedarnos sentados a esperar su segunda venida, tenemos que desear el alimento espiritual para conocer más a Dios, conocer su voluntad y saber qué es lo que Él quiere de cada uno de nosotros.

Tenemos que entender que es un privilegio el que nosotros tenemos de estudiar las Sagradas Escrituras; por ahí en el mundo, camina mucha gente que no cree en la verdad, nosotros tenemos el privilegio de haber hallado gracia ante los ojos de Dios.

Es increíble que tengamos tiempo para escuchar las noticias, tengamos tiempo para chatear en las redes, tengamos tiempo para leer libros y revistas del mundo, y para muchas otras cosas que no edifican, pero no tenemos tiempo para Dios, no tenemos tiempo para estudiar la Biblia. Es contradictorio que yo diga que soy cristiano y no me guste sentarme a escudriñar la Palabra de Dios. Es por eso que muchos que se dicen cristianos, su testimonio deja mucho que decir, no sabemos vivir como debe vivir un hijo de Dios, y por consiguiente dañamos mucho a la Iglesia, a la cual Cristo compró con su preciosa Sangre.

Cómo podemos esperar que Dios nos hable, si solo los domingos abrimos la Biblia. Él nos habla a través de su Palabra.

Una de las cosas más abominables que muchos cristianos padecemos es el orgullo. El orgullo es una abominación que puede producir mucho daño a una persona.

Por el orgullo muchos hogares cristianos se han desintegrado.

Hay personas que llegamos al cristianismo con muchas heridas, personas que han sufrido mucho durante la infancia, que cuando llegan a adultos lo primero que ponen como escudo ante algo que ellos suponen una agresión, es su orgullo. Hasta por una broma o cosas muy insignificantes se ofenden.

¿Saben ustedes que podemos ser orgullosos y no saberlo?

Ser cristiano no significa que seamos perfectos; cada día tenemos que ser más santos, eso sí es verdad; aún estamos en el mundo y podemos caer. Pero, que tan humildes somos para recibir la corrección o el exhorto, ya sea de parte de nuestros padres, nuestros amigos, de nuestro pastor. Qué tan humildes nos portamos cuando alguien nos dice: “Eso que estás haciendo no es de Dios”. Ya mencionamos que el testimonio de muchos deja mucho que decir, pero que tan humildes somos cuando un mensajero de Dios nos exhorta y nos hace ver nuestros errores.

“Eres un legalista, eres un religioso, Dios ve mi corazón, no mi exterior, no me juzgues, tú que me puedes decir si yo llevo 20 años de ser cristiano” son algunas de las expresiones que ponemos como escudo. En el momento que alguien nos hace ver nuestros errores endurecemos nuestro corazón, y el orgullo no nos deja ver ni reconocer nuestra falta. Cuando alguien toca nuestro “yo”, “pum” explotamos por la dureza de nuestro corazón.

Por efecto de este endurecimiento, no prestamos oído a la voz de Dios, que nos llama, que nos habla, no alcanzamos a entender que es Dios a través de un hermano en Cristo el que nos está llamando la atención o exhortando; no rechazamos a la persona, rechazamos a Dios, esa persona solo es un mensajero de Él.

Fue lo que pasó con los israelitas durante su travesía por el desierto, endurecieron su corazón y se rebelaron en contra de “YO SOY” y el castigo que les impuso fue una disciplina muy drástica; “jamás entrarán en mi reposo”.

En una ocasión una persona me preguntó que cómo veía su conducta. En cuanto yo le hice ver algunos de sus errores me dice: “hermano, me está juzgando”.

Una parte del fruto del Espíritu Santo es la humildad. La humildad debe ser una característica del nacido de Dios. Por lo tanto el orgullo ha de desarraigarse de nuestra personalidad si es que realmente pretendemos agradar a Dios; debe odiarse este defecto.

El orgullo hace sufrir, muchos divorcios se producen por el orgullo, por la dureza de nuestro corazón; algunos ni cuenta nos damos que somos duros de corazón, y no hay poder humano que nos lo haga saber.

Algunos demostramos una falsa humildad, y hasta nos sentimos orgullosos de ser humildes, pero solo buscamos que la gente nos vea, en el momento que alguien nos dice un solo error nuestro, pegamos de brincos y nos enojamos, pataleamos y lloramos porque dentro de nosotros han tocado nuestro Ego. “Cómo me dicen eso a mí”.

No somos perfectos amados hermanos, es cierto que traemos una antigua naturaleza, y que muchos han sufrido heridas y cosas muy feas durante su vida, lo que ha endurecido su corazón; pero ahora que hemos nacido de nuevo, Cristo nos da la medicina para poder sanar esas heridas, para sanar nuestro corazón.

Dios nos corrige porque nos ama, porque Él sabe que cuando nuestro corazón es duro como el diamante, vamos a sufrir.

Veamos a nuestro alrededor, Dios recompensa a los que le buscan, y Él nos da todo para vivir felices, y lo podemos ser, el problema está en que muchos no se contentan con lo que Él les da, y quieren más, y más; eso los hace infelices, no han podido dejar el materialismo.

No nos damos cuenta, pero la dureza de nuestro corazón nos roba muchas bendiciones, de todo nos enojamos, vivimos con rencores, resentimientos, odios, amargados sin poder disfrutar todo lo que Dios nos da. No disfrutamos de su amor, no disfrutamos de su salvación, de la familia, de nada disfrutamos; la dureza de nuestro corazón nos hace vivir una vida de pésima calidad, y eso no es lo que Dios quiere para nosotros.

Amados hermanos, este es un mensaje para mí y para ti porque Dios nos ama, no soy yo el autor yo solo soy el mensajero.

Dios no siempre habla quedito a veces habla fuerte y muy fuerte, tan fuerte que retumban nuestros oídos.

Oremos, oremos a Él, y cuando Él nos hable no endurezcamos nuestro corazón por muy fuerte que lo haga.

Enviado por el Hno. Mario Caballero