“Uno de ellos, que era intérprete de la ley, para ponerlo a prueba le preguntó: ‘Maestro, ¿cuál es el gran mandamiento en la ley?’ Jesús le respondió: ‘Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. Éste es el primero y más importante mandamiento. Y el segundo es semejante al primero: Amarás a tu prójimo como a ti mismo.'”
Mateo 22:35-39
Seguramente hay momentos en los que, al mirarnos desde el cielo, el Señor debe agarrarse la cabeza, pues no siempre hacemos las elecciones correctas, ni decimos palabras positivas o de aliento, ni reaccionamos sin perder la calma.
Lo más probable es que Dios haya decidido darnos sus mandamientos porque vio lo desconcertantes que a veces son nuestras prioridades. Por eso es que, hablando con un abogado que le había tendido una trampa, Jesús dijo que debemos amar a Dios, y a nuestro prójimo como a nosotros mismos.
¿Difícil? Quizás. ¿Imposible? Decididamente no. Para rescatarnos de la condenación eterna que nuestra desobediencia demandaba, Dios envió a su único Hijo a este mundo para que tomara nuestro lugar. Jesús resistió toda tentación, cumplió todos los mandamientos, cargó con la culpa de todos nuestros pecados, y con su resurrección venció para siempre a la muerte.
Jesús practicó lo que predicó, amando a su Padre por sobre todas las cosas, y amando no sólo a sus prójimos sino también a sus enemigos, más que a sí mismo.
¿Cómo respondemos a tanto amor? Cambiando nuestras prioridades por las prioridades de Dios.
Por CPTLN