El libro de Jueces describe un momento en que Israel, el pueblo de Dios, que fue llamado a ser un testimonio sobrenatural en la tierra, comenzó a comportarse engañosamente en Su presencia. No quisieron andar honestamente con Dios y eran triviales en su adoración a Él, si es que no abandonaban por completo la adoración a Dios.
Comportarse engañosamente con Dios siempre resultará en falta de poder, lo que finalmente da paso a los enemigos de esa sociedad. Por enemigos, me refiero a aquellos que los no conocen a Dios, que no tienen ningún deseo de conocerlo, y que no quieren que nadie más esté en relación con Él. Tú y yo vivimos en un tiempo muy similar a aquel período de tiempo en el Antiguo Testamento.
Fue durante la temporada de cosecha que los enemigos de Israel, en este caso a los madianitas, vinieron a devorar todo lo que estaba siendo recogido por el pueblo de Dios (Ver Jueces 6: 2-3). Tenían la intención de llevar a los israelitas a un lugar empobrecido a fin de que sean incapaces de cumplir con su propósito dado por Dios en la tierra. Sabiendo que eran totalmente superados en número por el enemigo, que de hecho las Escrituras describen como tan numerosos que cubrían la tierra como la arena, los hijos de Israel empezaron a clamar al Señor, tal como está empezando a suceder en nuestros días.
Dios escucha el clamor de la madre soltera cuyos hijos están en las calles; el clamor del padre que no sabe cómo va a mantener a su familia. Él oye el clamor de los que leen las noticias y ven los horrendos crímenes que se están convirtiendo en un hecho cotidiano en esta generación.
Por: Carter Conlon
Enviado por el Hno. Mario Caballero