“Hermanos míos, considérense muy dichosos cuando estén pasando por diversas pruebas. Bien saben que, cuando su fe es puesta a prueba, produce paciencia.” Santiago 1:2-3
A veces nos resulta difícil creer que Dios es bueno y misericordioso.
Allá por el 1800, una señora y su pequeño hijo iban atravesando el oeste de Montana en una diligencia. El frío era tan intenso, que la señora comenzó a caer en ese estado de semi-inconciencia que precede a la muerte.
Al darse cuenta de lo que estaba sucediendo, el conductor paró la diligencia, tomó al pequeño, lo envolvió para que estuviera bien abrigado, y lo puso debajo del asiento. Luego alzó a la madre, la bajó, la dejó en el medio del camino, y, sin decir una palabra, retomó su marcha.
Inmediatamente la madre reaccionó saliendo de su letargo, y comenzó a correr detrás de la diligencia, gritando por su pequeño. Cuando el conductor estuvo seguro que la sangre de la madre estaba otra vez circulando bien por su cuerpo, detuvo la marcha, la dejó subir, y continuó su camino.
No sé si esa mujer llegó a darse cuenta de lo que el conductor hizo por ella. Pero sí sé que, cuando Dios permite que sus hijos pasemos por dificultades, rara vez creemos que esas dificultades provienen de él. Por el contrario, la mayoría de las veces asumimos que Dios se ha olvidado de nosotros y nos ha vuelto la espalda.
La verdad es que Dios, que envió a su Hijo a salvarnos, nunca se olvida de nosotros. Por el contrario, él siempre se preocupa y ocupa de nosotros, aún cuando estemos pasando por momentos o circunstancias difíciles. Por eso es que podemos estar seguros que, cada dolor o problema que tenemos que enfrentar, puede ser usado por el Espíritu Santo para acercarnos a nuestro Señor.
Razón por la cual me atrevo a decir que, si su fe está entibiándose, o si está comenzando a dormirse espiritualmente, no se sorprenda si Dios detiene la diligencia y lo pone a correr por el camino.
Si eso sucede, antes de enojarse con Dios, piense que quizás le está salvando la vida.
Por CPTLN