“Vendrán con gritos de gozo en los altos de Sion, y correrán al bien de Jehová, al pan, al vino, al aceite, y al ganado de las ovejas y de las vacas; y su alma será como huerto de riego y nunca más tendrán dolor. Entonces la virgen se alegrará en la danza, los jóvenes y los viejos juntamente, y cambiaré su lloro en gozo, y los consolaré, y los alegraré de su dolor” (Jer. 31:12, 13).
Parece que estamos leyendo algo de Apocalipsis, de la restauración final de todas las cosas, ¡y no hay nadie que se alegra más que Dios! Está feliz con la felicidad de su pueblo, contento en su contentamiento. Así funciona el amor.
El amor de Dios va a conseguir que su hijo errante, Efraín, vuelva al redil. Se dirige a los que aman a este pródigo: “Reprime del llanto tu voz, y de las lágrimas tus ojos; porque salario hay para tu trabajo, dice Jehová, y los hijos volverán a su propia tierra” (v. 17). La disciplina ejercitado sobre Efraín (Israel) ha surtido efecto: “Escuchando, he oído a Efraín que se lamentaba: Me azotaste, y fui castigado como novillo indómito; conviérteme, y seré convertido, porque tú eres Jehová mi Dios. Porque después que me aparté tuve arrepentimiento, y después que reconocí mi falta, herí mi muslo; me avergoncé y me confundí, porque llevé la afrenta de mi juventud” (v. 18-19). Efraín está explicando su testimonio. ¡Se ha arrepentido! Fue rebelde, pero la disciplina de Dios le ha hecho volver.
El testimonio de Dios es aun más conmovedor: “¿No es Efraín hijo precioso para mí? ¿no es niño en quien deleito? Pues desde que hablé de él, me he acordado de él constantemente. Por eso mis entrañas se conmovieron por él; ciertamente tendré de él misericordia, dice Jehová “ (v. 20). Dios le amaba entrañablemente y no pudo darle por perdido. Todas las madres de hijos errantes se identificarán con los sentimientos de Dios. El amor de madre nunca se da por vencido. Aquí el hijo apartado ha sufrido una disciplina que le ha hecho volver. Dios no solo disciplina, convierte. Solo Dios puede convertir una alma.
“Esperanza también hay para tu porvenir, dice Jehová, y los hijos volverán a su propia tierra” (v. 17). Mayor promesa que este no existe para la madre que desea, ora, llora y suplica a Dios para que vuelva su hijo. “Salario hay para tu trabajo, dice Jehová” (v. 16). Mayor salario no hay que el de ver al hijo arrepentido, contrito, avergonzado por su pecado, volviendo a Dios. La tierra de promesa es su propia tierra, no Babilonia, ni Egipto, ni el mundo, sino allí, donde está el pueblo de Dios. Vuelve a la Jerusalén eternal. Esta es nuestra patria y la patria de nuestros hijos. Dios los ama; se mueve a compasión acordándose de ellos. Los disciplinará y obrará en ellos para que se conviertan y vuelvan a Él. ¡Gloria a su nombre! Dios es Dios de salvación.
Enviado por Hno. Mario Caballero