lunes, 9 de agosto de 2021

Cristo para las naciones

 “María se dio vuelta y vio a Jesús, que estaba allí; pero no se dio cuenta de que era Jesús.  Jesús le dijo: ‘Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas?’ Ella, pensando que era el hortelano, le dijo: ‘Señor, si tú te lo has llevado, dime dónde lo has puesto, y yo me lo llevaré.’ Jesús le dijo: ‘¡María!'” Juan 20:14b-16a.

A algunas personas les gustan mucho las sorpresas. A otras, no tanto. Es que todo depende del tipo de sorpresa del que estemos hablando.

La mayoría de nosotros, si pudiéramos, trataríamos de evitar la sorpresa que recibió una familia de un suburbio de Chicago.

Esta familia asistió al velatorio de Lillian Grogan, su abuela de 91 años. Pero grande fue la sorpresa cuando la persona que encontraron dentro del cajón no era la abuela, ¡a pesar de estar vestida con su vestido favorito, y de llevar puesto su brazalete preferido!

Aparentemente, la funeraria confundió a las dos señoras.

Como venía diciendo, ese es el tipo de sorpresas que uno quisiera evitar tener. En algunos aspectos, esa sorpresa no es muy diferente de la que tuvo María Magdalena cuando fue a visitar la tumba de Jesús: en vez de encontrar el cuerpo del Maestro, encontró su tumba vacía.

Sin lugar a dudas por su mente deben haber pasado muchos pensamientos: ‘¿Habrán llevado su cuerpo a otro lugar, lo habrán robado? Si es así, ¿quién lo habrá hecho, y por qué?’

La triste sorpresa de María fue totalmente transformada cuando escuchó a Jesús decir su nombre: “¡María!”.

Luego de haber resistido las tentaciones de Satanás y evitado todo pecado, Jesús había conquistado la muerte. Resucitado y vivo para toda la eternidad, Jesús le dio a María la sorpresa más maravillosa que este mundo pecador y nuestras almas -antes perdidas- jamás hayan tenido.

Jesús vive, y porque él vive, todos los que creen en él vivirán para siempre.

Y esa, mis queridos amigos, es una sorpresa que vale la pena recibir, aceptar, y creer.

Por CPTLN