“La palabra que nos has hablado en nombre de Jehová, no la oiremos de ti; sino que ciertamente pondremos por obra toda palabra que ha salido de nuestra boca, para ofrecer incienso a la Reina del Cielo” (Jer. 44: 16, 17).
“No te vamos a escuchar,” esto es lo que dijeron los pocos sobrevivientes de Judá a Jeremías. Más claro, el agua. Rechazan a Jeremías, rechazan a Dios y rechazan su Palabra. Van a seguir pecando.
¿Qué pasa si tú has hablado la palabra de Dios fielmente a tus hijos y familiares y esta es la respuesta que te han dado?: “No te creemos. Vamos a seguir con nuestro culto a la Reina del Cielo, o el culto a la informática: el móvil y el ordenador, o el culto a nuestra carne en la discoteca del barrio. El culto moderno a la Reina del Cielo es sexo en la calle y la guerra en casa; el antiguo era a la Virgen de Roma.
¿Qué harías tú? ¿Los dejarías por perdidos? Nunca. Imposible. No puedes. El Dios del cielo te ha dado su invencible paciencia, la paciencia de los profetas, y año tras año sigues dándoles la palabra de Dios, si lo admiten, y sigues orando, y sigues ofreciéndoles la salvación de Dios. Han visto muchas pruebas que la Palabra de Dios en tu boca es cierta, han sufrido en sus carnes el resultado de su pecado, como los mismos judíos, pero lo achacan a la casualidad o a otras causas, porque son ciegos, porque no quieren ver.
“Hermanos míos, tomad como ejemplo de aflicción y de paciencia a los profetas” (Santiago 5:10). ¿Qué significa esto para mí en relación con mis hijos? Es permanecer a su lado y seguir amándoles, pero no consiste en consentirles, o facilitarles una vida de gandulería o auto-indulgencia. Significa seguir diciéndoles la verdad, seguir creyendo que la voluntad de Dios se está llevando a cabo en ellos, a pesar de ellos, que Él es justo en todo lo que ordena, y que finalmente Él será glorificado por medio de ellos. Significa nunca darles por perdidos.
Dios en su fidelidad los seguirá dado pruebas, como hizo con el remanente en Egipto, les dará oportunidades, y tú continuarás creyendo que de entre los pocos que se salvarán estarán ellos, por la sobrenatural paciencia y el misericordioso amor de Dios que no se dará por vencido nunca. Su salvación es imposible humanamente hablando. No hay nada que tú puede hacer para salvarles. Has probado todo y dicho todo. “La salvación es de Dios” (Jonás 2:9). Ellos no pueden salvarse y tú no puedes salvarles. Dios mismo hará una operación divina, les dará un trasplante de corazón.
Quitará su corazón de piedra y les dará un corazón de carne (Ez. 11:19), para que creen y vuelven al Dios de sus padres y al Dios de Israel.
Enviado por el Hno. Mario Caballero