“El Espíritu de Yahweh habla por mí, y su palabra está en mi lengua. Ha dicho el Dios de Israel, me ha hablado la Roca de Israel: El que gobierna a los hombres con justicia, el que gobierna en el temor de Dios, es como la luz de la aurora cuando sale el sol, cual mañana sin nubes tras la lluvia, que hace resplandecer la tierna hierba de la tierra. Y aunque mi casa no haya sido así para con Dios, Él ha hecho conmigo un pacto eterno, en todo ordenado y bien seguro, que hará prosperar mis anhelos de plena salvación” (2 Sam. 23:2-5).
Solo la poesía puede expresar los deseos más profundos del corazón. David es consciente de que el Espíritu Santo ha inspirado esta bella descripción de Uno que satisfará sus anhelos de plena salvación, Uno que gobierna a los hombres con justicia en el temor de Dios. Solo hay Uno que cumple estos requisitos. David reconoce que su casa no es así. Acaba de vivir la inmoralidad de su hijo Amnón, seguida por la traición de otro hijo, Absalom. Su esperanza no está puesta en su familia inmediata, sino en Uno que nacerá de sus lomos. Éste sí gobernará en justicia. No se le compara con ningún rey humano, sino con lo más hermoso de la creación, con la delicada luz de la aurora que resplandece hasta que el día sea perfecto, con la hierba fresca, luminosa en su verdor a la tierna luz de la mañana, o sea, con un mundo limpio, fresco, vivo y nuevo, sin nubes, sin sombras ni penas, hecho perfecto para siempre porque su Creador ya es su Señor.
Esto no podría contrastar más con el mundo en que vivimos ahora. En lugar de la naturaleza restaurada y la humanidad viviendo en paz y justicia, tenemos la destrucción de la fauna y el agotamiento de los recursos naturales en Botsuana; matanza en Nigeria; despotismo y asesinatos de maestros y escolares en Iraq y Paquistán; agresión tecnológica de internet en Corea del Norte, y millones desplazados en muchos lugares, huidos de regímenes de terror, subsistiendo en campos de refugiados en condiciones infrahumanos. El mundo está más lejos de la justicia que nunca.
Frente a este panorama vale la pregunta: “¿Dónde está el que ha nacido Rey de los judíos?” Le necesitamos. El mundo no puede sobrevivir sin Él. Éste es el hijo de David que llevamos tanto tiempo esperando. Le tuvimos por un breve tiempo, pero se ha ido; sin su gobierno el mundo está agonizando. Este año clamamos más fuerte que nunca, “Ven, Señor Jesús”, porque cuando Él venga traerá plena salvación:
“He aquí para justicia reinará un rey, y sus príncipes presidirán en juicio. Aquel varón será como abrigo del viento, como refugio contra la tempestad, como corrientes de aguas en tierra seca, como sombre de roca maciza en tierra calurosa” (Is. 32:1, 2).
“¡Alégrense el desierto y el sequedal! ¡Regocíjese el Arabá y florezca exuberante y desborde de júbilo, alégrese y cante alabanzas! Porque le fue dada la gloria del Líbano, la hermosura del Carmelo y de Sarón. Sí, ellos verán la gloria de Yahweh, la majestad de nuestro Dios. Fortaleced las manos cansadas, afirmad las rodillas endebles, decid a los de corazón apocado: ¡Esforzaos, no temáis! ¡He aquí vuestro Dios viene con retribución: la venganza es del ’Elohim: Él mismo vendrá y os salvará!” (Is. 35:1-4).
Enviado por el Hno. Mario Caballero