miércoles, 26 de mayo de 2021

Destruíd este Templo

 “Destruid este templo, y en tres días lo levantaré. Dijeron luego los judíos: En cuarenta y seis años fue edificado este templo, ¿y tú en tres días lo levantarás? Mas él hablaba del templo de su cuerpo. Por tanto, cuando resucitó de entre los muertos, sus discípulos se acordaron que había dicho esto” (Jn. 2:19-22).

            Cuando fue desafiado por los judíos acerca de su autoridad, Jesús dijo que lo que ratifica sus pretensiones es la resurrección. Hablaba de su cuerpo como “el Templo”. Los judíos le malentendieron y pensaban que hablaba del Templo de Jerusalén. Las dos cosas eran el Templo de Dios. Dios moraba en el Templo de Jerusalén y el cuerpo físico de Jesús era la morada de Dios, pues Jesús era: “Emanuel, Dios con nosotros”.

            En la Cruz de Calvario los judíos destruyeron el Templo de Dios, el cuerpo de Cristo, y ocurrió lo mismo que ocurrió cuando los Babilonios destruyeron el Templo de Jerusalén en el año 586 a. C., a saber, el Espíritu de Dios abandonó el Templo antes de que fuese destruido. Veamos.  

            ¡Evidentemente, los babilonios no destruyeron el Templo con Dios dentro! El profeta Ezequiel habló de cómo Dios abandonó el Templo antes de que fuese destruido (Ez. 10:4; 10:18; 11:23). Dios iba abandonando su Casa poco a poco. Se levantó de entre los querubines del Lugar Santísimo del Templo, se fue hasta el umbral de la Casa, Dios abandonó su Casa, y luego la Ciudad de Jerusalén, y se fue hasta el Monte de los Olivos. Cuando Jesús finalmente fue rechazado como Mesías y Dios de Israel, repitió lo mismo. Se fue del templo hasta el Monte de Los Olivos. Lloró por Jerusalén, porque rechazaron su única salvación: “Jerusalén, Jerusalén,…” (Mat. 23: 37). “He aquí vuestra casa es dejada desierta” (Mat. 23:38), “desierta” porque Él la dejó. Jesús salió definitivamente del Templo; habló de su destrucción (24:2); y se fue al Monte de los Olivos (24:3). Así Dios dejó el Templo, que fue destruido por los romanos en el año 70.

            Quedó el Templo del cuerpo de Jesús. El Espíritu de Dios lo habitaba. Los judíos iban a destruir este Templo. Lo llevaron al Calvario y allí le crucificaron, ¡pero no destruyeron el Templo con Dios dentro! Antes de morir Jesús, habiendo clamado a gran voz, entregó el espíritu, y el velo del Templo se rasgó en dos (Mt. 27:50, 51). ¡Las dos moradas de Dios fueron partidas/rasgadas a la vez!  “Jesús entregó el Espíritu”, es decir, su espíritu, el Espíritu de Cristo, es decir, el Espíritu Santo. ¡El Espíritu Santo se fue del Templo de su cuerpo antes de que fuese destruido! Jesús murió y cumplió así las Escrituras de Ez. 10 y 11. Asombroso.

            En cuanto a nosotros, encontramos juntas estas dos palabras claves, “templo” y “destruir”,  en 1 Corintios 3:16, 17: “¿No sabéis que sois templo de Dios, y que el Espíritu de Dios mora en vosotros? Si alguien destruyere el templo de Dios, Dios le destruirá a él”. Es una advertencia solemne a cuidar nuestro templo, la iglesia. Si lo destruimos las consecuencias para nosotros serán terribles. Dios en verdad mora en su templo y no quiere verlo destruido otra vez. Nuestro cuerpo es santo porque es la morada actual de Dios en la tierra. Cuidémoslo, pues, en santidad para Él.

Enviado por el Hno. Mario Caballero