“Los que pertenecen a Cristo han clavado en la cruz las pasiones y los deseos de la naturaleza pecaminosa y los han crucificado allí” (Gál. 5:24).
¡Fantástica verdad! ¡Esencial! Imprescindible para poder vivir la vida cristiana. Aquí es donde muchos creyentes tropiezan. No se puede enfatizar esta enseñanza lo suficiente. ¿Por qué fallen tantos jóvenes en la vida cristiana? ¿Por qué se quedan estancados tantos mayores? Por no crucificar la carne. Esta es una responsabilidad nuestra. No se puede vivir la vida cristiana sin crucificar la carne. “Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo” (Gál 2:20). Si todavía vive tu carne, es porque no lo has crucificado.
O bien vivimos en la carne, según sus deseos y impulsos, o bien vivimos en el Espíritu. Los frutos de la carne terminan y el fruto del Espíritu empieza cuando la carne es crucificada (Gál. 5:16-24). Este es el punto de transición entre una clase de vida y otra. Hay creyentes carnales y creyentes espirituales y la diferencia entre unos y otras es esto mismo, los primeros manifiestan los frutos de la carne, porque no la han crucificado. Pero si toda su vida es caracterizada por los frutos de la carne, entonces no son creyentes. “Cuando ustedes siguen los deseos de la naturaleza pecaminosa, los resultados son más que claros: inmoralidad sexual, impureza, pasiones sensuales, idolatría, hechicería, hostilidad, peleas, celos, arrebatos de furia, ambición egoísta, discordias, divisiones, envidia, borracheras, fiestas desenfrenadas y otros pecados parecidos. Permítanme repetirles lo que les dije antes: cualquiera que lleva esta clase de vida no heredará el reino de Dios” (Gál. 5:19-21, NTV).
Un joven se tiró al suelo clamando a Dios que le librase de sus vicios carnales. Agonizó delante de Dios. Pidió con toda su alma. Pero como volvió a caer en la tentación, se enfadó con Dios y echó la culpa a Dios por no escuchar sus oraciones. Tiró la toalla y decidió no buscar más a Dios. ¿Es culpa a Dios si caemos en pecado? De ninguna manera. “Mediante su divino poder, Dios nos ha dado todo lo que necesitamos para llevar una vida de rectitud” (2 Ped. 1:3, NTV). Este chico ya tiene los recursos necesarios para no caer en pecado. Dios ha hecho su parte. Le ha dado el Espíritu Santo quien la da poder para no pecar: “Pues Dios no nos ha dado un Espíritu de temor y timidez sino de poder, amor y autodisciplina” (2 Tim. 1:7). ¿Qué le pasa a este joven? ¡Espera que Dios haga la parte que le toca a él! Tiene que añadir a su fe las virtudes mencionados en 2 Ped. 1:5-7: “Esfuércense al máximo por responder a las promesas de Dios complementando su fe con una abundante provisión de excelencia moral; la excelencia moral, con conocimiento; el conocimiento, con control propio; el control propio, con perseverancia; la perseverancia, con sumisión a Dios; la sumisión a Dios, con afecto fraternal; y el afecto fraternal, con amor por todos”. Él tiene que esforzarse y cultivar estas cualidades. Dios no lo hará por él.
La vida es una pastelería. Dios nos ha puesto en la cocina con todos los ingredientes, pero nosotros tenemos que hacer los pasteles. Cuando estén hechos serán para la gloria de Dios, quien los ha dado la capacidad y los recursos para hacer una verdadera obra de arte con sus provisiones.
Enviado por: Hno. Mario Caballero