“Por esta causa te dejé en Creta, para que corrigieses lo deficiente, y establecieses ancianos en cada ciudad, así como yo te mande… porque hay aún muchos contumaces, habladores de vanidades y engañadores… a los cuales es preciso tapar la boca; que trastornan casas enteras” (Tito 1:5, 10, 11).
Tito estuvo en Creta con Pablo predicando el evangelio y estableciendo iglesias. Pablo siguió con su misión visitando otras ciudades, dejando a Tito en Creta para poner orden en las iglesias. Se ve que hacía mucha falta y que Tito tenía los dones, la madurez y el criterio para hacerlo. Pablo delegó su autoridad a su compañero en el ministerio para que nombrase ancianos en cada iglesia, dejando por escrito los requisitos para los ancianos. Exige mucho de ellos, porque tienen que tratar con situaciones muy complicadas. El orden que vemos aquí es que Pablo tiene autoridad apostólica, él delega a Tito, y Tito delega a los ancianos para que ellos mismos se encarguen de las diversas situaciones.
El vocabulario es un poco difícil. ¡Se requiere de los ancianos que no sean “pendencieros”, pero que corrijan a los contumaces! Con la ayuda de un diccionario vemos que pendenciero significa “propenso a riñas”, es decir necedades o tonterías. Un pendón es uno que tiene una vida irregular y desordenada. “Contumaz” significa porfiado y tenaz en mantener un error, rebelde, o alguien que no comparece en el juicio. Este es un tozudo cabezudo que no quiere ser corregido, persiste en el error y no afronta las consecuencias del mismo. Para corregir una persona así, el anciano tiene que ser: “irreprensible, no soberbio, no iracundo, no pendenciero, sobrio, justo, santo, y dueño de sí mismo” (v. 6-8). Si no, se produce un fuerte choque de caracteres entre el anciano y el que está causando problemas y no se rectifica nada en la vida de la iglesia.
¡Es muy difícil corregir a una persona que es tozuda e inamovible en su error, y va diciendo lo que no se debe! Por eso, el anciano debe ser un hombre que “retenga firmemente la palabra fiel, conforme a la doctrina, a fin de que sea capaz de exhortar con sana enseñanza y de refutar a los que contradicen” (v. 9; BTX). A los que estorban en esta versión se les llaman “insubordinados, charlatanes y embaucadores” (v. 10). De ellos Pablo dice que “profesan conocer a Dios, pero con sus hechos lo niegan, siendo detestables y rebeldes, descalificados para toda buena obra” (v. 16). Si no son corregidos pueden destruir la iglesia.
La solución viene con autoridad apostólica: “taparles la boca” (v. 11). Esto significa retirarles la palabra, no permitir que hablen en la congregación. No pueden participar en el culto libre, orar, ni mucho menos predicar. No tienen voz en las reuniones administrativas, porque han abusado del privilegio y pueden usar cualquier oportunidad para expresar su rebeldía. El alcance de su mal es grande, pues “trastornan casas enteras” (v. 11), y si no se les para los pies, convencerán a mucha gente de que tienen razón y pueden provocar una división de iglesia. ¡Qué difícil el encargo de Tito, y qué fuerte las responsabilidad de los ancianos!, pero, si actúan bien, pueden restaurar al ofensor “con sana enseñanza” (v. 9) y salvar la vida de la iglesia.
Enviado por el Hno. Mario Caballero