“Vosotros erais como ovejas descarriadas, pero ahora habéis vuelto al Pastor y Obispo de vuestras almas” (1 Pedro 2:2) Jesús el Buen Pastor es el modelo para los pastores humanos. Él atiende a las necesidades del alma. Para que funcione una iglesia hace falta planear cultos, organizar actividades, mantener relaciones con otras iglesias y organizaciones, mantener el edificio, pagar gastos de alquiler, luz, gas, agua y impuestos, resolver asuntos legales, y hacer un sin fin de cosas burocráticas que ocupan mucho tiempo; pero, sobre todo, hay que alimentar, cuidar, proteger, y orientar a las almas para que no se pierda ninguna. Hace falta enseñarles como congregación, y también atenderles individualmente en los asuntos personales de cada uno, ¡y estos casos pueden ser muy complicados!
Los sicólogos son importantes, pero no pueden reemplazar a los pastores. La tendencia hoy día es dejar que los sicólogos traten la vida personal de los creyentes y que los pastores se ocupen de la administración de la iglesia y de la predicación. Pero el pastor también tiene que pastorear. Debe saber cómo aconsejar a personas con problemas matrimoniales, hijos rebeldes, casos de infidelidad, malos tratos, gente conflictiva, problemática, de mal carácter, rivalidades, murmuración, mundanalidad, falta de compromiso, dudas, preocupaciones, a personas acomplejadas, con problemas de autoestima, con sensación de culpa, con depresión espiritual, y muchas complicaciones causadas por el pecado y vidas desordenadas. Los sicólogos hacen falta en casos especializados como es la anorexia, esquizofrenia, neurosis, depresión clínica, adicciones al alcohol, drogas, juego o sexo, autismo, desordenes de personalidad, dependencias, bipolaridad, etc.
Lo que más se observa no son sicólogos pastoreando, ni pastores o ancianos haciéndolo, sino creyentes pastoreándose a sí mismos. Asisten fielmente a los cultos, pero no reciben la orientación personal que necesitan. Muchos no saben cuáles son sus dones, ni dónde tienen que servir en la iglesia. Y otros muchos no están sirviendo en nada. Tampoco están creciendo. Adquieren más información bíblica, pero no saben lo qué está impidiendo que estén llenos del Espíritu Santo. Algo no está funcionando en su vida espiritual, y no saben lo que es, o lo saben y no saben cómo corregirlo, o piensan que no hay más en la vida cristiana que lo que han experimentado ya. Están un poco aburridos en su vida espiritual. O están bloqueados. No están satisfechos, no están rebosando de gozo en el Señor, no reciben palabra fresca de Dios cada día, no saben cómo cultivar una relación personal con el Señor, su vida de oración no funciona, en una palabra, están en una rutina religiosa que no les llena, y no saben cómo entrar en la vida de abundancia que el Señor les prometió. Por eso hacen falta pastores que pastorean el alma.
Para pastorear así, el pastor tiene que haber sido pastoreado. Tiene que haber recibido sanidad de sus heridas, corrección de sus fallos de carácter, descubierto cómo es y por qué hace lo que hace, cuáles son sus motivaciones, tiene que haber tratado con su pecado, entendido cómo funciona la Cruz, y estar quebrantado, restaurado y lleno del Espíritu Santo con la capacidad de reconocer la voz de Dios, sentir el amor de Dios, y andar en el Espíritu. Este es el hombre que puede pastorear otras almas.
Enviado por el Hno. Mario Caballero