“Ciertamente no me conviene gloriarme; pero vendré a las visiones y a las revelaciones del Señor. Conozco a un hombre en Cristo que hace catorce años… fue arrebatado hasta el tercer cielo”
(2 Cor. 12:1-2).
Todos los comentaristas están de acuerdo en que aquí Pablo se refiere a sí mismo, pero lo hace como si se tratase de otro hombre, porque lo vivió como si esta persona no fuera él. Han pasado catorce años y Pablo no había contado esta experiencia, pero ahora se ve en la necesidad de hacerlo porque “los grandes apóstoles” (esto lo dice irónicamente) de la iglesia de Corinto se estaban jactando de experiencias espirituales suyas que no tenían nada que ver con la grandeza de la que tuvo Pablo. Se ve con la obligación de contarlo por amor al evangelio, no por amor a sí mismo. Tiene que defender su autoridad como apóstol porque el evangelio que él predica está en juego. Si pueden descalificarle a él, o ponerse por encima de él, pueden sustituir el evangelio de Pablo por otro falso que predican ellos.
Pablo tuvo la visión antes de emprender su primer viaje misionero. Servía para respaldar el ministerio que Dios le había encomendado. Iba a sufrir cosas terribles. Muchos iban a cuestionar su autoridad. El diablo iría a por él con toda su fuerza para hacerle dudar, volver atrás, o dejar el ministerio. Esta experiencia sirvió como garantía de la veracidad del evangelio. Le dio seguridad antes de entrar en la lucha de oposición y persecución. Servía para fortalecer su fe. Si tú no has tenido una gran experiencia de parte de Dios, no importa. Pero si vas a sufrir por Cristo, puede ser que Dios te dé una experiencia así. Era la otra cara de la moneda de sufrir por Cristo.
Pablo fue arrebatado al paraíso, hasta el tercer cielo, donde oyó palabras inefables que no le es dado al hombre expresar (v. 4). El tercer cielo es el máximo, lo más alto. Fue llevado hasta la misma presencia de Dios. Si solo su alma o todo él tuvo la experiencia, no lo sabe. El apóstol no descubre nada de lo que vio o escuchó allí.
Pablo no puede jactarse de esta experiencia porque no se debía a él. La jactancia espiritual es algo tan peligroso que Dios quiso protegerle, humillándole con un “aguijón en la carne”, porque el orgullo es una puerta abierta para Satanás por la cual tiene acceso a nosotros. Por medio del orgullo y la jactancia espiritual podemos caer en sus redes. Las consecuencias son terribles: las personas pierden el equilibrio, sus ministerios, sus familias, y llegan a ser inútiles para la obra de Dios. Dios protegió a Pablo humillándole, haciéndole dependiente de Él, porque, a causa del aguijón, Pablo tuvo que apoyarse en Dios o morir. El poder de Dios se manifiesta en nuestra debilidad, no en nuestra fuerte y orgullosa espiritualidad. Si Dios te ha humillado, es para hacerte totalmente dependiente de Él, y te dice lo mismo que dijo a Pablo: “Bástate mi gracia, porque me poder se perfecciona en la debilidad” (v. 9), no en tu gran espiritualidad. Porque cuando eres débil, entonces eres fuerte (v. 10). Apóyate en el Señor, no en tus experiencias, y experimentarás el poder de Dios obrando a través de ti.
Enviado por el Hno. Mario Caballero