“¡Oh Yahweh, esperanza de Israel!, los que te abandonan serán avergonzados, los que te abandonan serán inscritos en el polvo, porque abandonaron a Yahweh fuente de agua viva” (Jer. 17:13).
Jeremías está pagando el precio de ser fiel a su llamada. La gente se burla de él. No creen sus profecías acerca de la invasión y destrucción masiva. Le ridiculizan: “Ellos me dicen: ¿Dónde está la palabra de Yahweh? ¡Qué se cumpla ahora!” (v. 15). Él no desea que ocurra la calamidad; no la ha profetizado porque odia su país y quiere verlo destruido, pero de esto le acusan, de ser un enemigo del pueblo, de traición. El profeta expone su causa delante del Señor: “Yo no he hecho más que ser un pastor en pos de ti. No he deseado este día de calamidad, tú lo sabes: lo que ha salido de mis labios está presente ante ti” (v. 16). Apela a Dios por Testigo. El Señor le ha oído y también sabe cuál es la intención de su corazón. Conversa con Dios como Ser inteligente, presente, capaz de leer su corazón, su Defensor.
Jeremías está sufriendo. Está dolido, herido, solo, desafiado y rechazado. Pide: “Sáname, oh Yahweh, y seré sano; sálvame, y seré salvo, porque Tú eres mi alabanza” (v. 14). Este es el precio que ha tenido que pagar por su fidelidad. Pide al Señor que le libre en el día de la calamidad: “No me seas causa de terror, Tú eres mi refugio en el día del mal. Avergüéncense quienes me persiguen, pero no sea yo avergonzado, sientan terror ellos y no yo; trae sobre ellos el día malo, y destrúyelos con doble destrucción” (v. 17, 18). ¡El terror no es el ejército de Babilonia, sino Dios! De igual manera, el terror en el día del juicio no es el infierno, sino un Dios tres veces santo. El ejército de Babilonia es solo un instrumento en manos de Dios, juntamente con la pestilencia, la muerte por el hambre, y el destierro. Dios es su refugio en aquel día terrible. Entonces los que le persiguen serán avergonzados, pero él estará seguro en Dios, su refugio.
Lo que Israel sufrió en aquel tiempo no es nada en comparación con los tremendos juicios que vendrán sobre la tierra en forma de cataclismos y trastornos de la naturaleza: terremotos, tsunamis, ciclones, inundaciones y grandes incendios. Serán días de pánico y terror masivo, el juicio de Dios sobre los hechos del hombre concebidos por la maldad de su corazón: “Engañoso es el corazón más que todas la cosas, incurable, ¿quién lo conocerá? Yo, Yahweh, Yo escudriño el corazón, sondeo los riñones (la parte más profunda de la conciencia del ser humano), para dar a cada uno conforme a su camino, conforme al fruto de sus obras” (v. 9, 10). En aquel Día de terror el refugio del cristiano es Jesús. Se esconde en Cristo mientras que todo alrededor suyo es confusión, llamas, destrucción y muerte. Solo la justicia de Jesús puede salvarle y se agarra a ella con toda su fuerza mientras que los demás experimentan en pleno “la ira de Cordero”. Jeremías sabía que el día de terror se aproximaba y clamaba a Dios para que le salvase. Para nosotros, los que creemos en Cristo, Él es nuestra única salvación en aquel Día de terror. Todos los que le abandonan serán avergonzados (v. 13).
Si nosotros hablamos hoy día de las consecuencias de pecado, conseguimos la misma reacción que Jeremías. Nos toman por desequilibrados, pero en aquel Día terrible estaremos seguros en la justicia de nuestro Salvador mientras que los burladores serán destruidos. ¡Qué Dios los despierte ahora!
Enviado por el Hno. Mario Caballero