viernes, 27 de noviembre de 2020

Perdón diario

 “Si decimos que no hemos pecado, le hacemos a él mentiroso, y su palabra no está en nosotros” (1 Juan 1:10).

Nuestro estudio de Ezequiel nos ha enseñado que para mantener lleno del Señor su santo templo, que somos nosotros, hemos de recurrir frecuentemente al altar. Empezamos con el templo lleno: “He aquí que la gloria de Jehová llenó la casa” (Ez. 43:5), pero se tiene que mantener en santidad para que permanezca así, porque: “Esta es la ley de la casa: Sobre la cumbre del monte, el recinto entero, todo en derredor, será santísimo” (Ez. 43:12). Cuando entra el pecado, hemos de volver al altar: “Estas son las medidas del altar” (Ez. 43:13). Habiendo confesado nuestro pecado y pedido perdón en base al Sacrificio perfecto ofrecido por nuestro Sacerdote, tenemos paz y aceptación con Dios: “Los sacerdotes sacrificarán sobre el altar vuestros holocaustos y vuestras ofrendas de paz; y me seréis aceptos, dice Jehová el Señor” (Ez. 43:27). Entonces la gloria del Señor volverá a llenar su casa: “Y he aquí la gloria de Jehová había llenado la casa de Jehová” (Ez. 44:4).
Este precioso himno de siglos atrás nos recuerda de nuestra necesidad de mantenernos llenos del Señor por medio de la confesión del nuestros pecados, al pie de la cruz:
Padre, aunque tu hijo pecaminoso ha sido reconciliado con la Ley y vivo por tu gracia perdonadora, no obstante, cada día necesito clamar: “Perdóname”.
Él pagó el precio de mi rescate, llevó mi culpa sobre sí; humillado delante de tu Trono de Gracia, te suplico remisión total.
Señor, perdóname, día tras día, las deudas que no puedo pagar: obligaciones no cumplidas, cosas indebidas, poco dignas, en que yo he caído.
Transgresiones de palabra o pensamiento, hechos realizados por motivaciones impuros, ingratitud, sospechas, desconfianza, pensamientos innobles o injustos.
Perdón te ruego, mi Señor y Dios. ¿Tengo deudores o enemigos? Yo, que vivo por medio de tu perdón, perdono sus ofensas.
Que pueda sentir, aun mientras sufro, que la venganza es de Dios. No me atrevo a vengarme, salvo por la venganza dulce de orar por los que me hacen el mal.
Que yo, que he sido perdonado de mucho, aprenda a devolver amor por odio, bien por mal. Entonces gozaré de la seguridad total de que tú, mi Dios, me has perdonado a mí.
“Porque si perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestros Padre celestial; más si no perdonáis a los hombres sus ofensas, tampoco vuestro Padre os perdonará vuestras ofensas” (Mateo 6:14, 15).
Habiendo recibido perdón por nuestros pecados, y habiendo perdonado a otros, tenemos paz con Dios, somos limpios, y su gloria puede llenar nuestro templo.

Enviado por el Hno. Mario Caballero