“Dice, pues, el Señor: porque este pueblo se acerca a mí con su boca, y con sus labios me honra, pero su corazón está lejos de mí, y su temor de mí no es más que un mandamiento de hombres que les ha sido enseñado…” (Is. 29:13).
Hubo un tiempo, hace unos 40 años, cuando se usaba este texto para referirse a la Iglesia Católica con su sistema de ritos exento de vida, pero desgraciadamente hemos caído en lo mismo y ahora se puede aplicar igualmente a la Iglesia Evangélica. En muchos casos, la iglesia existe para perpetuar un sistema de cultos que no cambia vidas. No somos lo que éramos. No hay conversiones impactantes. Falta la figura del evangelista. No hay cuidado pastoral. No hay confesión y abandono del pecado. No hay crecimiento en santidad. No hay palabra profética fresca del cielo y las ovejas tienen hambre.
En el primer capítulo de Isaías, Dios da su opinión acerca de la religión estéril: “¿Para qué me sirve, dice Jehová, la multitud de vuestros sacrificios? Hastiado estoy de holocaustos de carneros y de sebo de animales gordos; no quiero sangre de bueyes, ni de ovejas, ni de machos cabríos… Venís delante de mí para hollar mis atrios. No me traigáis más vana ofrenda; el incienso me es abominación… El convocar asambleas no lo puedo sufrir… cansado estoy de soportarlas. Cuando extendáis vuestras manos, yo esconderé de vosotros mis ojos; asimismo cuando multipliquéis la oración, yo no oiré” (Is. 1:10-15). ¡Palabras tremendas! ¿Para qué nos sirve la doctrina correcta si no tiene vida?
¿Dónde está la iglesia que se parece al libro de Hechos? En África, en la India, en la China. El fundador de la misión “Gospel for Asia” (El Evangelio para Asia)[1] escribe acerca de sus obreros: “Ellos son los verdaderos hermanos de Cristo acerca de los cuales habla la Biblia, caminando de pueblo en pueblo enfrentando palizas y persecución para traer a Cristo a los millones de perdidos quienes todavía no han oído la buena nueva de su amor. Sin temor a los hombres, como su Señor, están dispuestos a vivir como él vivía: durmiendo al lado de los caminos, pasando hambre y aun muriendo para compartir su fe. Salen aunque se les dicen que la misión no tiene fondos. Están decididos a predicar aunque saben que significa sufrimiento. ¿Por qué? Porque aman a las almas perdidas que están muriendo cada día sin Cristo. Están demasiado ocupados haciendo la voluntad de Dios para enredarse en la política de la iglesia, en reuniones de comité, en campañas para levantar fondos, y en relaciones públicas”.
Puede ser que el colapso de la iglesia tradicional que vemos en nuestros días es el mover de Dios para comenzar algo nuevo, que el sufrimiento de tantos hermanos que aman la iglesia de Cristo en España es el preludio a un volver al comienzo, no a una iglesia para la juventud con más ritmo y sensaciones, sino a una que se parece al libro de Hechos con poder y persecución, y la verdadera extensión del evangelio. “Qué así sea”, es el clamor de muchos corazones.
Enviado por el Hno. Mario Caballero