“Los caldeos pusieron a fuego la casa del rey y las casas del pueblo y derribaron los muros de Jerusalén. Y al resto del pueblo que había quedado en la cuidad, y los que se habían adherido a él, con todo el resto del pueblo que había quedado, Nabuzaradán capitán de la guardia los transportó a Babilonia” (Jer. 39:8, 9).
Nabuzaradán dejó en Jerusalén solo a los más pobres: “Hizo quedar en tierra de Judá a los pobres del pueblo que no tenían nada, y les dio viñas y heredades” (v. 10). También hizo venir a vivir en Judá a gentes de otros pueblos conquistados. Éstos se mezclaron con los pobres de Judá para dar origen a lo que después se llamarían “los samaritanos”. Ya sabemos cómo fueron considerados en tiempos de Jesús. Practicaban una mezcla de culto a sus dioses y culto al Dios de Israel.
Jeremías fue llevado hacia Babilonia en cadenas con los demás cautivos de Jerusalén, pero el capitán de la guardia lo buscó y lo dejó libre para elegir entre ir a Babilonia, donde estaría protegido por el rey, o volver a Israel: “Ve a donde mejor y más cómodo te parezca ir” (40:4). Este trato diferencial fue debido a sus profecías que aconsejaban que Judá se rindiese a Babilonia. ¡Los babilonios le valoraban, cosa que no hizo su propio pueblo! ¡Reconocieron que Judá había caído tal como Jeremías había dicho, porque los judíos habían pecado contra el Señor! (40:3). Jeremías eligió volver a Judá: “Se fue entonces Jeremías a Gadalías, el gobernador que los caldeos pusieron sobre Judá, y habitó con él en medio del pueblo que había quedado en la tierra” (40:6).
Volvieron a Judá muchos judíos que estaban en otros lugares esparcidos para vivir bajo su gobierno (40:12). Parecía que iba a haber paz, pues Gadalías era un hombre pacífico y honorable, pero no gozaba de la aceptación de los guerrilleros que todavía iban luchando por el campo. Se sublevaron. Uno de sus líderes, un tal Ismael, le asesinó a él, a sus oficiales y a los soldados babilonios que estaban con él (41:3). También mató a 80 hombres que llegaron para adorar en el templo, echó sus cuerpos en un pozo y capturó a mucha gente (41:7-15). Cuando lo supieron los demás líderes guerrilleros, salieron en su contra y libraron a sus cautivos, pero este Ismael se escapó.
Ahora toda esta gente temía represalias de los caldeos por la muerte del gobernador y decidieron huir. Pidieron a Jeremías que consultara a Dios para saber qué hacer. Prometieron que harían lo que Dios dijese (42:1-3). Diez días más tarde llegó la respuesta de parte del Señor: quedaros en Judá bajo los babilonios y os irá bien (42:11), pero no lo creyeron. Decían que Jeremías mentía. Jeremías les avisó que si fuesen a Egipto morirían de hambre, de la espada, y de pestilencia, pero no lo creyeron (42: 20-22). Jeremías les dijo: “¿Por qué os engañáis a vosotros mismos? Porque vosotros me enviasteis a Jehová vuestro Dios, diciendo: Ora por nosotros a Jehová nuestro Dios, y haznos saber todas las cosas que Jehová nuestro Dios diga, y lo haremos. Y os lo he declarado hoy, y no habéis obedecido a la voz de Jehová vuestro Dios” (v. 20). Se empeñaron en huir a Egipto, ¡y obligaron a Jeremías y a Baruc a ir con ellos!, y se llevaron a todo el remanente que había vuelto para vivir en Judá. Así que llegaron a Egipto los guerrilleros con esta gran multitud, a la cuidad de Tafanes, en explícita desobediencia al Señor (43:7). ¿Qué podemos decir? De verdad, ¡uno se desespera con su tozudez! ¿Por qué insisten en buscar su propia destrucción?
Enviado por el Hno. Mario Caballero