“Vino palabra de Jehová a Jeremías la segunda vez, estando él aún preso en el patio de la cárcel, diciendo:…” (Jer. 33:1).
Los hay que dicen que el Dios del Antiguo Testamento es muy severo mientras que el Dios del Nuevo que Cristo revela es un Dios de amor. Tales no conocen ni el Antiguo Testamento ni el Nuevo, ni mucho menos al Dios que se revela como el idéntico Ser en ambos testamentos. El capítulo que tenemos por delante es un botón de muestra. En él tenemos una revelación del corazón amante y compasivo de este Dios que califican como duro. El Antiguo Testamento tiene una revelación del amor de Dios Padre en aun más profundidad que la que tenemos de Él en el Nuevo, porque no hace falta repetir en el Nuevo lo que ya consta en el Antiguo. El Nuevo Testamento edifica sobre el fundamento del Antiguo, y el Antiguo enseña abiertamente su corazón.
La profecía de hoy empieza: “Así ha dicho Jehová acerca de las casas de esta ciudad: “Vinieron para pelear contra los caldeos, (solo) para (luego) llenar las casas de cuerpos de hombres muertos, a los cual herí yo con mi furor y con mi ira, pues escondí mi rostro de esta ciudad a causa de toda su maldad” (v. 5). Dios dice que es Él quien ha matado a los caídos en guerra de la ciudad de Jerusalén debido a su horrendo pecado. Si uno lee este versículo fuera de su contexto podría decir: “Ves, aquí tenemos un Dios de ira, implacable, desalmado, vengativo, un Dios de castigo, juicio, y muerte”. Pero si conoces la historia que desembocó en esta matanza, comprendes que ha sido totalmente justificado el castigo de Israel por las atrocidades que han cometido. Su pecado ha clamado al Cielo y el Cielo ha esperado siglos para que se arrepintiesen, y no lo han hecho. Al final Dios ha tenido que actuar para hacer posible su futura salvación, porque los ama entrañablemente. Lejos de ser justiciero y sanguinario, nada más pronunciar el juicio, ¡corre para prometer restauración!
¡Mira lo que les promete!: “He aquí que yo traeré sanidad y medicina; y los curaré, y les revelaré abundancia de paz y verdad. Y haré volver los cautivos de Judá y cautivos de Israel, y los restableceré como al principio. Y los limpiaré de toda su maldad con que pecaron contra mí; y perdonaré todos sus pecados con que contra mí pecaron, y con que contra mí se rebelaron. Y me será a mí por nombre de gozo, de alabanza y de gloria, entre todas las naciones de la tierra, que habrán oído todo el bien que yo les hago; y temerán y temblarán de todo el bien y de toda la paz que yo les haré” (v. 6-9). Estos versículos por sí solos son bonitos, pero ¡dentro de su contexto, son una revelación del corazón de misericordia de Dios a un pueblo que no merece nada!
Y hay más. En este mismo contexto Dios les promete el Salvador. ¿Qué padre promete regalos a su hijo rebelde justo antes de castigarlo? ¡Pero Dios sí! “En aquellos días… haré brotar a David un Renuevo de justicia, y haré juicio y justicia en la tierra. En aquellos día Judá será salvo, y Jerusalén habitará segura, y se le llamará (¡a Jesús!) “Jehová, justicia nuestra”… No faltará a David varón que se siente sobre el trono de la casa de Israel. Ni a los sacerdotes y levitas faltará varón que delante de mí ofrezca holocausto” (ver vs. 14-18). ¡Dios está prometiendo que el Mesías vendrá y que Él será Rey y Sacerdote para siempre!
¿Qué tal te parece este Dios?
Enviado por el Hno. Mario Caballero