“Y llamó Jeremías a Baruc hijo de Nerías, y escribió Baruc de boca de Jeremías, en un rollo de libro, todas las palabras que Jehová le había hablado. Después mandó Jeremías a Baruc, diciendo: A mí se me ha prohibido entrar en la casa de Jehová. Entra tú, pues, y lee de este rollo… Quizá llegue la oración de ellos a la presencia de Jehová, y se vuelve cada uno de su mal camino” (Jer. 36:4-7).
El nombre de Baruc significa “Bendito”. Ponerse en el templo y leer públicamente todas las profecías de Jeremías a un pueblo hostil le ponía a Baruc en gran peligro. El capítulo 45 corresponde a este momento. Dios es consciente de lo que le está pidiendo y de la reacción del escriba frente a esta tarea tan difícil: “Así ha dicho Jehová Dios de Israel a Baruc: Tú dijiste: ¡Ay de mí ahora! Porque ha añadido Jehová tristeza a mi dolor; fatigado estoy de gemir, y no he hallado descanso” (v. 3). Dios ha oído queja y responde por medio de Jeremías: “Así le dirás: Ha dicho Jehová: He aquí que yo destruyo a los que edifiqué, y arranco a los que planté, y toda esta tierra. ¿Y tú buscas para ti grandezas? No las busques; porque he aquí que yo traigo mal sobre toda carne, ha dicho Jehová; pero a ti te daré tu vida por botín en todos los lugares adonde fueres” (Jer. 45:4-5).
El Señor oye nuestros suspiros y quejas cuando nos pide que hagamos algo muy difícil que podía traernos mucho sufrimiento. A Baruc le contesta con una leve reprimenda y una promesa. Dios le dice que está a punto de destruir la ciudad que Él mismo edificó. Con todo el pesar de su ama tiene que traer muerte y destrucción sobre el proyecto de sus sueños, el pueblo que Él ama. Son días negros para todos. ¿Desea Baruc no sufrir nada en medio de tanto desastre? ¿Busca grandes cosas para sí mismo? ¿Prestigio? ¿Reconocimiento? ¿Popularidad? No es momento para estar preocupado por uno mismo, sino por Dios y su pueblo. No obstante, Dios le promete que no morirá en el desastre que vendrá. Dios le conservará la vida.
La aplicación para nosotros es evidente. Dios nos ha pedido cosas difíciles en un ambiente hostil al evangelio. ¿Vamos a suspirar y quejarnos? ¿Vamos a pensar: “Pobre de mí; cuánto sufro”? ¿O vamos a pedir su gracia para estar a la altura de lo que espera de nosotros? ¿Vamos a cambiar de centrar nuestra atención en nosotros mismos y nuestra reputación a enfocarnos en la pena de Dios frente al estado del mundo y de su pueblo? Lo que Dios tiene que hacer es muy fuerte y le pesa. Tiene que arrancar iglesias que él mismo ha plantado con ternura e ilusión, porque su pueblo se ha desviado de Él. Dios aquí revela sus sentimientos y quiere que los comprendamos.
Hasta ahora hemos escapado con nuestra vida. Todavía la persecución no ha llegado a nuestra puerta. La apostasía no ha llegado a nuestra iglesia. Estamos siendo guardados por el Señor en medio de granes trastornos políticos y religiosos mundiales. El conservará nuestra alma. La vida la tenemos “como botín”, lo que se aprovecha después de una derrota. Esto quiere decir que somos como las víctimas de guerra que hemos escapado con nuestras vidas. Vamos a contentarnos con esto. Vivamos, pues, como los que Dios está preservando en medio de grandes males, y pongamos nuestra atención en Él, no en nosotros mismos. Somos “tizones arrebatados del incendio”.
Enviado por el Hno. Mario Caballero