viernes, 11 de septiembre de 2020

Padres controladores

 “Si el Hijo os libertares, seréis verdaderamente libres” (Juan 8:36).

“Tú eres mi vida. Sin ti no podría vivir”. Esto es lo que un padre dijo a su hija de ocho años. La niña dijo a su madre, “El Papa me necesita. No puede vivir sin mí”. El mismo padre ha hecho todo lo posible para apartar a la hija de su madre. Ha hablado mal de ella y de la abuela para alejar la niña de ambas. La quiere para sí mismo, exclusivamente. No permite que tenga amigas. Este padre está haciendo un daño tremendo a su hija.

Otra madre se ha agarrado a su hija como si fuera su salvavidas. La quiere como su acompañante, su mejor amiga y su confidente. No tiene amistades fuera de ella. Ahora que la hija tiene edad para independizarse, la madre hace todo lo que está en su poder para impedirlo. Quiere tomar todas sus decisiones para ella, y si la hija decide algo que la madre no quiere, la madre pone toda la presión manipulativa en su poder sobre ella para que haga lo que ella quiere.

Luego hay otra madre que no quiere que su hija se case con su novio porque no puede controlar a la pareja. La hija correctamente se ha puesto bajo la autoridad del que va a ser su marido dentro de poco, y la madre está intentando romper la relación. Está jugando muy sucio, haciendo todo el daño que es capaz de hacer.

¿Qué pasa con estos padres? ¿No aman a sus hijas? ¡Piensan que las amen muchísimo!, pero esto no es amor. Es utilizarlas para sus fines egoístas. Es no permitir que maduren, ni que tengan una vida propia. Las hacen sentir culpables si no hacen lo que el padre o la madre quiere. Estas niñas se sientan divididas, rotas por dentro, perdidas, incapaces de cumplir lo que se espera de ellas. Los padres manipulan, usan chantaje emocional, utilizan su amor por ellas para mantenerlas como esclavas para satisfacer sus necesidades emocionales. Esto es cruel. Es inhumano. Destruye a la otra persona. Estos padres en concreto o bien están divorciados o en un matrimonio que no funciona. Están utilizando a las hijas como si fuese su pareja en el sentido emocional. Ninguno de los tres está dispuesto a dejarles su independencia y dejar que tomen sus propias decisiones.

Si la hija en estos casos es mayor, piensa que tiene que decidir entre sus padres y su novio, pero esto no es el caso. Si es creyente, tiene que decidir entre hacer la voluntad de Dios o la de su padre o madre. Solo puede decidir correctamente si tiene la madurez de reconocer lo que está pasando y perdonar al padre en cuestión. La solución no es rebelarse y hacer lo opuesto de lo que sus padres quieren. Si hace esto, todavía está en esclavitud. La libertad viene con reconocer la verdad y perdonar. Es muy difícil, porque toda la vida ha sido condicionada a pensar que, debido al gran amor que tienen los padres por ella, debe obedecerles. Cuando ve el egoísmo que está detrás, puede rechazar al padre, u odiarlo, o romper toda relación con él. Estas reacciones no son ni maduras, ni correctas. La correcta es amar y perdonar y luego informar al padre que va a buscar la voluntad de Dios y hacerla. En esto consiste la verdadera libertad.

El creyente no es el esclavo de Dios, controlado por Él contra su propia voluntad, sino alguien que libremente somete su voluntad a la de Dios, porque quiere, porque ama al Señor, y porque quiere agradarle. Sale de él.

Enviado por el Hno. Mario Caballero