“A los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien” (Rom. 8:28).
¿Qué es este “bien”?
“Todo lo que pasa en mi vida aquí, mi Dios lo prepara para bien de mí”. Así reza el himno. ¿Cómo se define este “bien” que será el resultado de todo lo que me pasa? Según la enseñanza de las Escrituras, “el bien” consiste en dos partes, a saber, (1), que yo vaya siendo transformado para parecerme cada vez más a Cristo, y (2) que un día esté yo en la Jerusalén celestial.
(1). Para ser como Cristo hacen falta muchos cambios que Dios opera en mí por medio de lo que su providencia permite en mi vida. Tengo que morir a unas cuantas cosas y tengo que incorporar otras tantas en mi forma de ser. Tengo que hacer morir en mí el resentimiento, el rencor, el egoísmo, el mal genio, la frivolidad, la inmoralidad, la mundanalidad, la falsa espiritualidad, el deseo de controlar a otros, el apego a mi propia voluntad, el afán de protagonismo, el orgullo en todas sus manifestaciones, la terquedad y la tozudez, mis adicciones, el mal uso del tiempo, la dureza de corazón, la falta de amor, juzgar y criticar a otros, complejos, comportamientos antisociales, como la histeria, la hostilidad, el encerrarme en mí mismo, la falta de compasión para la gente, y cosas parecidas.
En su lugar incorporo las cualidades de Cristo. El Señor Jesús era manso y humilde de corazón, compasivo, sujeto a la voluntad del Padre, siempre haciendo lo que le agradaba, nunca buscaba su propia gloria o realización, santo y apartado de pecadores, dedicado a las Escrituras y la oración, y experimentado en toda clase de sufrimiento. Dios me está cambiando por medio de lo que Él permite para que sea cada vez más como Cristo: “sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él” (1 Juan 3:2).
(2). El segundo “bien” es que un día vaya a la Nueva Jerusalén. Los falsos profetas en tiempos de Jeremías predecían que iban a volver en dos años. Jeremías les escribió una carta a los exiliados diciendo que sería dentro de 70, que este era el bien que Dios tenía reservado para ellos (Jer. 29:10, 11). No les gustó esta noticia. Querían algo inmediato. Somos iguales. No queremos que el bien que el Señor tenga para nosotros sea en el futuro, sino ahora. Por eso, el evangelio de la prosperidad tiene tanto éxito. Desde este punto de vista, el sufrimiento y la muerte son una tragedia. En cambio el creyente maduro los ve como medios de santificación y llamada al cielo, respectivamente. “El bien” es estar cerca del Señor: “El acercarme a Dios es “el bien”. (Salmo 73:28), aunque sea por medio del sufrimiento. Y el supremo bien es a largo plazo. Es el Cielo, la Nueva Jerusalén. Los materialistas desean todo el bien ahora, en esta vida, pero el creyente tiene otra perspectiva. Tiene la vista muy larga, hasta aquel Día en que estará con el Señor para siempre en la Jerusalén Celestial.
Enviado por el Hno. Mario Caballero