“Vino palabra de Jehová a Jeremías, diciendo: Así ha dicho Jehová: Si pudiereis invalidar mi pacto con el día y mi pacto con la noche, de tal manera que no haya día ni noche a su tiempo, podrá también invalidarse mi pacto con mi siervo David, para que deje de tener hijo que reine sobre su trono y mi pacto con los levitas y sacerdotes, mis ministros” (Jer. 33:19-21).
Dios ha hecho una promesa tan importante y tan enorme que decide repetirla. Claro, nosotros sabemos que es la promesa más importante de la Biblia, la de enviar al Salvador, y que esta misma Persona también será Rey y Sacerdote eternamente. Este es el tema del libro de Hebreos. El perfecto cumplimiento de estas promesas se encuentra en una misma Persona, el Señor Jesús, no en una sucesión de reyes de la dinastía de David, ni en la continuación del orden levítico. Como se ha cumplido en Cristo, estás dos cosas han cesado: ya no hay reyes en Israel y no hay sacerdotes que ofrecen sacrificios en el patio del templo de Jerusalén. Jesús se ha sentado a la diestra del Padre en las alturas y se presenta delante de Él como nuestro Sumo Sacerdote con la ofrenda de su propia sangre que ha procurado la eterna remisión de nuestros pecados. Reyes y sacerdotes son algo del pasado ya que tenemos a Jesús.
Dice Dios que esta promesa es tan segura como que el día sigue la noche.
No obstante, los había que dudaban. Pensaban que Dios les había abandonado. El Señor lo comenta con su siervo Jeremías: “¿No oyes lo que dice este pueblo: Las dos familias que Yahweh había escogido las ha desechado? Así desprecian a mi pueblo, y no lo tienen por nación” (v. 24, BTX). La evidencia del abandono está delante de sus ojos. Israel está en ruinas. Dios también ve la ruina, pero ve más allá de la ruina al re-establecimiento de la nación de Israel, a la venida del Mesías, y su segunda venida y reino eterno.
Dios responde a estos que viven por vista y no por fe: “Así dice Yahweh: Como es cierto que he creado el día y la noche, y he establecido los cielos y las tierra, también es cierto que no desecharé el linaje de Jacob y de David mi siervo, dejando de tomar de su descendencia quien sea señor sobre el linaje de Abraham, de Isaac y de Jacob. Porque cambio su suerte y les tengo compasión” (v. 25, 26, BTX). La Reina Valera reza: “Porque haré volver a sus cautivos, y tendré de ellos misericordia” (v. 26). Otra vez Dios repite que esta promesa es tan segura como que el día sigue la noche. ¿Hay cosa más segura que esta? Cada nuevo amanecer es un recordatorio de la fidelidad de nuestro Dios; tan seguro como él es la promesa del reino eterno de Cristo.
Dios escucha nuestras conversaciones. Está al corriente de nuestras dudas. Y se da prisa para comentar el dolor que siente ante nuestra incredulidad con los que tienen su oído, como Jeremías lo tuvo. Pero luego, en su amor y misericordia, vuelve a asegurarnos que su promesa es cierta, que este mundo arruinado que ven nuestros ojos no es la última realidad, que esto pasará, y vendrá el nuevo día del cumplimiento de todas sus promesas en Cristo: “Ha de oírse aún voz de gozo y de alegría, voz de desposado y voz de desposada, voz de los que digan: Alabad a Jehová de los ejércitos, porque Jehová es bueno, porque para siempre es su misericordia” (v. 11). Esto también tendrá su pleno cumplimiento.
Enviado por el Hno. Mario Caballero