viernes, 28 de agosto de 2020

El hermoso cuerpo de Cristo

 “Porque Dios ordenó el cuerpo… para que los miembros todos se preocupen los unos por los otros… Vosotros, pues, sois el cuerpo de Cristo, y miembros cada uno en particular.” 

(1 Cor. 12:24, 25, 27).

A lo largo de nuestra vida hemos tenido muchas ocasiones de experimentar el amor que hay en el cuerpo de Cristo. Es una cosa sobrenatural que procede de Dios, y le honra. Es una evidencia innegable del reino de Dios en este mundo y testifica de la realidad de la nueva sociedad que Cristo encabeza basada en el amor. Este mundo no tiene equivalente.

Al igual que en el cuerpo humano, cuando un miembro se enferma, los otros suplen, así en la iglesia, cuando uno está debilitado, el resto del cuerpo suple. En estos días lo hemos vivido de forma muy práctica y patente. En seguida que tuve el accidente estaba organizado el equipo. Una hermana me llevó al hospital, otra estaba conmigo durante los días y otra por las noches. Al volver al campamento nueve días más tarde, mi marido asumió la vigilia de la noche, otros me acompañaban al médico del pueblo, lavaban la ropa, traían mi comida, me compraban y me administraban medicamentos, me regalaban cosas que necesitaba, me acompañaban al andar y llevaban mis cosas a las reuniones.

El primer día que volví, abrí el ordenador para escribir el devocional siguiente, contenta de ya poder hacerlo, pero, he aquí, el cable no funcionaba. No tenía ordenador. En este mismísimo momento la amiga que me ayuda con cosas de informática en Barcelona entró por la puerta de la habitación. Intentó ponerlo en marcha por todos los medios, pero no funcionó. Pensamos en jóvenes informáticos que estaban en el campamento que quizá pondrían descubrir la causa del problema, pero antes de ir a buscar a ninguno, ella dijo: “Vamos a orar”. Orando pensó en una chica. No sabía nada de ella, pero tuvo la impresión que debería hablar con ella por si acaso tuviese un cable de Mac. Las probabilidades eran casi nulas, pero obedeció el impulso. Dio la “casualidad” de que sí, y que no necesitaba el cable aquella semana. Dios quería que el ministerio siguiese adelante. No hay otra explicación. Al acabar el campamento, se fue y el cable con ella. ¿Ahora qué? Dos amigas se pusieron a busca cables por todas las tiendas alrededor y me compraron una. Así continuó el ministerio.

Todos juntos formamos un equipo. Somos el cuerpo. ¿Y qué podemos decir de los que oraban, los que llamaban, los que escribían correos, y los que visitaban? El Señor ha llovido amor sobre nosotros. Cada gota ha sido de gracia sobrenatural. Su cuerpo es hermoso. Y estamos muy agradecidos de formar parte de él. La gloria sea para Él.

Enviado por el Hno. Mario Caballero