“Me mostró Jehová dos cestas de higos puestas delante del templo de Jehová. Una cesta tenía higos muy buenos, como brevas; y la otra cesta tenía higos muy malos, que de malos no se podían comer” (Jer. 24: 1, 2).
Dios le dio a Jeremías una visión y su interpretación. Se trata de lo que va a pasar a los habitantes de Jerusalén y a los que ya han sido llevados cautivos a Babilonia. “Así ha dicho Jehová Dios de Israel: Como a esto higos buenos, así miraré a los transportados de Judá, a los cuales eché de este lugar a la tierra de los caldeos, para bien. Porque pondré mis ojos sobre ellos para bien, y los volveré a esta tierra, y los edificaré y no los destruiré; los plantaré y no los arrancaré. Y les daré corazón para que me conozcan que yo soy Jehová; y me serán por pueblo, y yo les seré a ellos por Dios, Porque se volverán a mí de todo su corazón” (v. 5-7). ¡Qué palabras más hermosas! Si tienes un hijo apartado de Dios es para echarte a llorar. Dios mismo va a hacer que éstos vuelvan a Él de corazón. Les dará un corazón para que le conozcan. Si Dios no cambia el corazón, la fe es imposible. No se trata de una convicción humana, sino de una operación de Dios. Pero no anula a la persona: “Se volverán a mí de todo su corazón”. Ellos vuelven. Dios transforma el corazón y ellos vuelven. Dios por fin, después del castigo tan duro de la guerra y la deportación, va a conseguir lo que siempre ha deseado, un pueblo que sea suyo. Y todo es obra de su gracia.
¿Y quiénes son los deportados? Los que han obedecido a Jeremías y han capitulado a las fuerzas Babilónicas, tal como Dios mandó: (21:8). A primera vista parecía que los que realmente tenían fe eran los otros, los que se quedaban en la ciudad creyendo que Dios obraría una liberación milagrosa. Nuestra fe en milagros no hace que ocurran, especialmente cuando Dios ha dicho claramente que no van a ocurrir, como lo dijo en este caso.
Te acordarás que el rey Sedequías envió a preguntar a Jeremías si este milagro iba a ocurrir y que Dios había respondido: “He aquí pongo delante de vosotros camino de vida y camino de muerte. El que quedare en esta ciudad morirá a espada, de hambre o de pestilencia; mas el que saliere y pasare a los caldeos” vivirá (21:8, 9). Pues, ahora Dios reafirma esta palabra. Los que se quedaron en la ciudad son los malos higos: “Pondré a Sedequías rey de Judá, a sus príncipes y al resto de Jerusalén que quedó en esta tierra… por escarnio y por mal a todos los reinos de la tierra; por infamia, por ejemplo, por refrán y por maldición a todos los lugares adonde yo los arroje. Y enviaré sobre ellos espada, hambre, y pestilencia, hasta que sean exterminados de la tierra que les a ellos y sus padres” (24:8-10).
Aquí vemos la gracia y la severidad de Dios, gracia para los que le obedecen y destrucción para los que no. Dios ha puesto el mismo camino de vida y de muerte delante de todo el mundo hoy. Los que acuden a Cristo y se rinden a Él se salvarán. Él les dará un corazón para que le conozcan y ellos volverán a Él de todo corazón, pero los que desobedecen el evangelio perecerán.
Enviado por el Hno. Mario Caballero