viernes, 24 de julio de 2020

Visión y llamado

“El espíritu entró en mí y me afirmó sobre mis pies. Y escuché al que me hablaba, que me decía: Hijo de hombre, yo te envío…” (Ez. 2:2, 3).

 

Ezequiel se cayó de cara al ver la indescriptible visión de la gloria del Señor Jesús en su trono (1:26). No quedó fuerza alguna en él. Cuando vino la voz mandándole a ponerse en pie, fue incapaz de obedecer, pero con la palabra vino la fuerza para obedecerla: “Y después que me habló, el espíritu entró en mí y me afirmó sobre mis pies” (2:2). El Espíritu que acompaña la Palabra, le levantó. Cuando Dios manda, Dios capacita, no solo para estar de pie, sino también para el ministerio.

 

El capítulo 1 de Ezequiel es la visión que tuvo el profeta del trono de Dios. El capítulo 2 es su llamada. La visión de Dios, de su gloria, poder, autoridad y majestad antecede la llamada a servirle. Lo mismo pasó con Isaías. Tuvo la gloriosa visión de la gloria de Dios (Is. 6:1-3; Jn. 12:41, 42), y, acto seguido, la llamada a servir a este glorioso Ser quien es Dios y Rey universal (Is. 6:7-9). ¿Qué es lo que le iba a mantener fiel a su vocación a pesar de la incredulidad de la gente a la cual ha sido llamado? La visión que “toda potestad le ha sido dado en el cielo y en la tierra. Id, pues,…” (Mt. 28:18, 19).

 

Con la visión no viene un éxtasis, sino temor. Isaías dijo: “Ay de mí”, porque la visión le hizo consciente de su pecaminosidad delante de la santidad de Dios. En Ezequiel el contraste es entre la santidad de Dios y la pecaminosidad de Israel: “Hijo de hombre, Yo te envío a los hijos de Israel, a esos paganos rebeldes que se rebelaron contra Mí. Tanto ellos como sus padre se han rebelado contra Mí hasta este mismo día” (2:3). Dios lo repite una y otra vez: son rebeldes, como si le costara digerir tanta rebeldía: “son casa rebelde” (2:5); “son casa rebelde” (2:6); “son muy rebeldes” (2:7); “la casa rebelde” (2:8). Podría ser muy desalentador ser enviado a gente tan rebelde. El profeta tendría la tentación de abandonar su llamado. La rebeldía de su pueblo podría provocarle a pecar. Por eso Dios le dice: “No seas rebelde como la casa rebelde” (2:8). Lo que le ayudará mantenerse fiel a la visión es este santo temor a Dios.

 

La visión del trono representaba el gobierno de Dios. Israel estaba bajo Babilonia, pero no reinaba el emperador, sino el Dios de Israel, y no desde su templo en Jerusalén, sino desde su trono en el cielo. Dios gobierna el mundo, no el gobierno de nuestro país, y gobierna también a sus siervos. Sométete a su gobierno. A nosotros nos dice: “No seas rebelde” como la gente que nos rodea que no conoce a Dios, o como otros que dicen que le conocen, pero no viven de acuerdo con su gobierno, sino que seamos santos como Él es santo, y obedientes, como Él que está sentado en el trono,  fue obediente hasta la muerte.  ¿Tú has sido llamado a una gente rebelde? ¿Lo son los de tu familia, tu iglesia, tu país? El Señor te dice: “Y tú, hijo de hombre, no temas a ellos ni a sus palabras, aunque te hallas entre cardos y espinas, y moras con escorpiones, no tengas temor de sus palabras ni te espantes ante ellos, porque son casa rebelde” (2: 6). No vaciles delante de su rebeldía. No abandones tu puesto. Es Dios quien te ha llamado, no ellos. No dejes que su rebeldía te haga rebelarte contra tu llamado, sé fiel hasta la muerte, y Él que también lo fue, te dará la corona de la vida.

Enviado por el Hno. Mario Caballero