“En lo cual (la salvación) os alegráis de manera inefable, aunque ahora, si es necesario por un poco de tiempo, seáis afligidos por diversas pruebas… a quien (Cristo) amáis sin haberlo visto, en quien aun no viéndolo, pero creyente, os alegráis con gozo inefable y glorioso”
(1 Pedro 1:6, 8).
¡Qué cambio hizo Dios en Pedro! Le recordamos aconsejando a Jesús que no fuese a la cruz, resistiendo a los soldados con la espada, cortando la oreja de uno, muy fuerte en su propia fuerza. Este es el viejo Pedro. ¡En esta carta le vemos hablando de la humildad y la sumisión frente al sufrimiento, de soportarlo siguiendo el ejemplo de Cristo! Su punto de referencia en el sufrimiento es Cristo mismo: “Porque esto merece aprobación, si alguno por causa de la consciencia ante Dios, soporta aflicciones padeciendo injustamente. Porque ¿qué merito es si por pecado sois abofeteados y lo soportáis? Pero si lo soportáis haciendo el bien y padeciendo, esto ciertamente es aprobado delante de Dios” (2:19, 20). ¡El viejo Pedro nunca habría dicho esto! ¡Habría luchado! Cita el ejemplo de Cristo: “Porque para esto fuisteis llamado, pues también el Mesías padeció por vosotros, dejando ejemplo, para que sigáis sus pisadas… Cuando era maldecido, no replicaba con una maldición; padeciendo, no amenazaba, sino se encomendaba al que juzga justamente” (2: 23).
En nuestro sufrimiento no debemos devolver mal por mal: “No devolviendo mal por mal, ni maldición, por maldición, sino bendiciendo, pues para esto fuisteis llamados, para que heredarais bendición” (3:9). Nuestra tendencia natural es a defendernos, atacar al otro, insultarle, pero Pedro dice que no, que dejemos nuestra causa en manos de Dios. “Y aun si sufrís a causa de la justicia, sois bienaventurados, porque mejor es que padezcáis obrando bien, si lo quiere la voluntad de Dios, que obrando mal” (3:14, 17). Otra vez vuelve al ejemplo de Cristo: “Puesto que Cristo padeció en carne, vosotros también armaos con el mismo pensamiento: El que padeció en la carne termino con el pecado” (4:1).
Sufrimos la burla de los que no creen: “Se extrañan de que no corráis con ellos al mismo exceso de disolución, insultándoos” (4:4). No hay que preocuparnos, porque “ellos darán cuenta al que está preparado para juzgar a los vivos y a los muertos” (4:5). No debemos padecer por haber hecho lo malo, sino el bien, ¡injustamente! “Si padece como Cristiano, no se avergüence, al contrario, glorifique a Dios por este nombre. Por tanto, también los que padecen según la voluntad de Dios haciendo el bien, encomienden sus almas al fiel Creador” (4:16, 19). Vemos al diablo en nuestro sufrimiento y le resistimos a él, pero no a los hombres (5:9). Contra ellos, Dios es nuestro defensor, como lo fue por su Hijo, el Señor Jesucristo.
“Amados, no os sorprendáis por el fuego que os ha sobrevenido, que os sucede para prueba, como si algo extraño os aconteciera. Más bien regocijaos por cuando sois participantes de los padecimiento de Mesías, para que también en la revelación de su gloria os regocijéis con gozo inefable” (4:12, 13). Otra vez Pedro está con el gozo en el sufrimiento. Está escribiendo a creyentes que están siendo perseguidos injustamente por su fe. Los mismos principios se aplican a nosotros en nuestros sufrimientos como hijos de Dios. El apóstol termina con esta gran nota de consuelo: “Y el Dios de toda gracia, que os llamó a su gloria eterna en Cristo, después que padezcáis un poco de tiempo, Él mismo os perfeccionará, afirmará, fortalecerá, establecerá. A Él sea la soberanía por lo siglos, amén” (5:10, 11).
Enviado por: Hno. Mario Caballero