Obedecer al Señor requiere adoptar su perspectiva de nuestra vida. Eso significa ser renovados en nuestro entendimiento (Ro 12.2) para que nuestras actitudes y acciones le honren. Significa también recordar quiénes somos sin Él, y quiénes somos con Él (Jn 15.5; Fil 4.13).
Una vez que adoptemos su perspectiva, lo cual puede exigir valentía para obedecer y renunciar a cosas que nos gustan, haremos lo que nos pida. Estaremos resueltos a obedecerle, aunque eso pueda acarrear resultados poco gratos. Todo ello, puede requerir que reajustemos nuestro estilo de vida, para que amemos a quienes no nos resultan agradables; y para que perdonemos a quienes nos parecen imperdonables. Pero la valentía no es algo que tenemos que desarrollar por nosotros mismos; nace de una fe cada vez más profunda en el Señor.
A medida que llegamos a conocer mejor al Padre celestial, nuestra confianza en Él crece, y la obediencia se vuelve más fácil. Al conocer al Dios que estableció los mandamientos, podremos confiar en que sus planes son para nuestro bien y para su gloria. Nos fiaremos del Espíritu Santo, quien nos ayuda a entender y a obedecer los mandamientos divinos. Con los ojos puestos en Jesús en vez de nuestras circunstancias, seguiremos adelante con osadía. No temeremos las consecuencias, sino que aguardaremos las bendiciones que Dios desea concedernos.
La obediencia implica conocer los mandamientos de Dios, tomar la decisión de obedecerlos, tener confianza en el Señor y aceptar las consecuencias como enviadas por Dios. Pídale al Señor que la obediencia a Él caracterice su vida.
Por Min. En Contacto