viernes, 29 de mayo de 2020

Como decíamos ayer

“Porque a los que antes conoció, también los predestinó para que fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijos” (Romanos 8:29).
La meditación 222 fue el que terminé de escribir unas horas antes de la fuerte caída que tuve que me mandó a la hospital durante una semana. Ya la había repasado y no pensaba retocarla más, cuando me vino una fuerte impresión de que el Señor quería que incluyese la frase “dolor inesperado”, así, lo incorporé. Había escrito que las pruebas que nos sorprenden a nosotros son parte del orden divino de Dios para nuestras vidas, que Dios no improvisa, sino que tenía estas cosas ya planeadas para nosotros antes de que naciésemos. Pues, estas palabras, “dolor inesperado” me sostuvieron toda la semana, juntamente con el texto de Romanos 8:28-29. Muchas veces venían a mi mente. El Señor me estaba diciendo que ya sabía que me iba a pasar esto, que este dolor inesperado venía de Él y que era parte del plan. Esta confianza fue algo a lo que agarrarme cuando el  dolor nublaba mi mente, la confianza de que este dolor inesperado había venido de Él con el propósito de conformarme más a la imagen de su Hijo.
Otro día en el hospital, una joven que estaba ayudándome leyó la lección correspondiente de las meditaciones de Oswald Chambers. Enseñaba que Dios tiene en mente cómo quiere que seamos cada uno en particular, y no es necesariamente lo que nosotros aspiramos a ser. Trae las experiencias a nuestra vida que nos van a moldear a esta imagen. El proceso puede ser doloroso, pero la finalidad es hacernos más parecidos a su Hijo.  
Naturalmente en estos momentos viene a nuestra mente una frase del himno basado en estos versículos:
“Pruebas hay y muerte a mi alrededor. Ordenó mi suerte, el que es Dios de amor. / Ni una solo flecha te podrá dañar; si Dios no lo permite, no te alcanzará. / A los que a Dios amen, todo ayuda a bien: Esto es mi  consuelo, esto es mi sostén”.  
A este respeto quiero compartir con vosotros una cosa que pasó durante mi estancia hospitalaria. El médico programó mi baja para el segundo día después de la operación. Yo no estaba en ninguna condición para volver a casa. La enfermera me preguntó aquella mañana si ya estaba preparada para ir. Dijo que faltaban camas y habían muchos que esperaban para operarse. En aquellos momentos de impotencia me acordé de los muchos hermanos que estaban orando por mí.  (Gracias). A la hora de la visita médica, vino una doctora nueva. Dijo que iría 5 días más tarde. Dios es el que decide las cosas, no ningún ser humano. La oración cuenta. Estas dos cosas están perfectamente interrelacionadas en los planes de Dios y así efectúa su voluntad.  Estamos en buenos manos y a la vez nos necesitamos los unos a los otros. El Señor nos bendiga. 
Enviado por el Hno. Mario Caballero