“Habló más Jehová a Moisés diciendo: Harás también una fuente de bronce, con su base de bronce, para lavar; la colocarás entre el tabernáculo de reunión y el altar, y pondrás en ella agua” (Éxodo 30:17-18).
Esta fuente de bronce, también llamado el lavacro, era uno de los muebles del tabernáculo. Su simbolismo es rico en enseñanza para nosotros hoy día, para los que anhelamos vivir una vida de victoria en el Señor Jesús. Para ello necesitamos el poder del Espíritu Santo en nuestras vidas. Este mueble nos habla del Espíritu Santo.
Vamos a acercarnos a Dios en imaginación, empleando como modelo el tabernáculo. Entramos en el recinto por la única puerta que representa a Cristo. Estando en el patio, el primero mueble con que topamos es el altar de bronce donde se hacen los sacrificios año tras año que nunca puedan quitar el pecado. Encuentran su cumplimiento en la Cruz de Cristo, el altar donde fue sacrificado el último Cordero, el Cordero de Dios, cuya sangre sí quita el pecado del mundo. En esta sangre hemos sido lavados.
Pero no podemos proceder directamente desde el altar de bronce al lugar de la morada de Dios sin dar con otro mueble. Este segundo es el lavacro, la fuente de bronce, donde hemos de ser lavados también. Hemos sido lavados en sangre, y ahora hemos de ser lavados en agua. Necesitamos dos lavamientos: uno en sangre para quitar nuestro pecado, y otro en agua para nacer de nuevo, dos operaciones complementarias. Este segundo es el lavamiento de la regeneración, es el bautismo en el Espíritu Santo, es el nacer del Espíritu, que da entrada a una nueva vida en el Espíritu. Es una parte esencial de nuestra salvación: necesitamos el perdón de nuestros pecados y una nueva vida. Si tenemos el perdón sin la nueva vida, seguimos pecando igual que antes. Nos falta el poder para dejar de pecar. Sería lavarnos para volver a caer en el barro. El bautismo del Espíritu Santo nos proporción una nueva vida de poder para vivir en santidad, en victoria. Son las dos cosas imprescindibles si vamos a vivir una nueva vida no dominado por el pecado: perdón y poder, Jesús y el Espíritu Santo, el Cordero y la Paloma.
Una vez que tenemos el Espíritu hemos de aprender a andar en Él. De la misma forma que tenemos que volver vez tras vez a la Cruz para la limpieza de nuestro pecado cada vez que pecamos, hemos de volver vez tras vez al lavacro para volver a llenarnos del Espíritu cada vez que necesitamos más poder. La conversión es una vez para siempre; la limpieza de pecado e el ir llenándonos del Espíritu Santo constituyen nuestro trabajo de mantenimiento de la obra que Dios ya ha efectuado. Limpios de pecado y nacidos de su Espíritu, podemos entrar en la presencia de Dios, en el Lugar Santísimo, la morada del Padre, nuestro hogar.
Enviado por el Hno. Mario Caballero