Leer | Hechos 2.22-24
Creer que el Señor Jesucristo resucitó de los muertos es fundamental para los cristianos. Reconocer simplemente que Él murió por nuestros pecados, no es suficiente; tenemos que aceptar su Resurrección para poder recibir la vida eterna. Cristo pagó nuestra deuda, pero su sacrificio en la cruz no significa nada, a menos que Él tenga poder sobre la tumba. Al imponerse sobre el mal y la muerte, el Señor hizo posible nuestra salvación.
La resurrección de Jesús demostró que tenía el poder de quitar el pecado y su castigo. Creer que Cristo permaneció muerto significaría aceptar lo contrario: Que los creyentes siguen estando en el pecado. Y el final inevitable de una vida de pecado es la muerte. Por consiguiente, una persona que niega la naturaleza eterna de Cristo mira hacia un futuro sin esperanza. Bertrand Russell, un famoso filósofo ateo, dio esta triste descripción de tal desesperanza: “Breve y estéril es la vida del hombre; sobre él y sobre todo su linaje, se abate la muerte, de una manera despiadada, lenta e infalible”.
En vez de disfrutar de la esperanza de un hogar en el cielo, quienes rechazan la resurrección son esclavos del presente. La profesión, la familia y las buenas obras pueden ofrecer un placer breve, pero no la clase de gozo que da saber que disfrutamos de una relación con el Señor y vivimos dentro de su voluntad.
La resurrección no es un tema para un debate teológico. O creemos que Cristo resucitó de los muertos y ascendió al cielo, o no lo creemos. Si rechazamos su victoria sobre la tumba, nos negamos a nosotros mismos un lugar en el cielo. Pero si aceptamos la verdad, seremos salvos.
Por Min. En Contacto