Leer (Juan 11:1-45)
Entonces Jesús, al ver llorar a María y a los judíos que la acompañaban, se conmovió profundamente. Juan 11:33
Ésta sí que es una historia con las ansiedades a flor de piel y las emociones más profundas atravesando el corazón. Es también una historia con una marcada vivencia espiritual. Lázaro muerto. María y Marta llorando. Jesús ausente. Los judíos reprochan a Jesús, y los discípulos le cuestionan su sabiduría cuando dice que quiere volver a Judea.
¿Dónde está Jesús cuando lloramos? Está en camino, tomándose el tiempo para llegar en el momento oportuno. ¿No vivimos también nosotros historias con ansiedades que nos perturban, con emociones que nos desestabilizan, y con angustias que cuestionan nuestra espiritualidad? ¿No hay veces en que decimos, o al menos pensamos: “Si Dios hubiera estado aquí, esta desgracia no habría sucedido”?
Las desgracias, incluidas la enfermedad y la muerte, suceden a pesar de todo, porque seguimos viviendo en un mundo que sufre las inevitables consecuencias del pecado. La gracia de Dios en Cristo también se muestra constantemente, porque su amor por nosotros nunca deja de ser. Cuando nuestras ansiedades cuestionen el accionar de Dios, cuando nuestras emociones se molesten porque Dios no estuvo presente en la forma y en el momento que nosotros esperábamos, cuando aquellos que nos acompañan le reprochen a Dios el no haber obrado de acuerdo a nuestro criterio, necesitamos recordar nuestra dimensión espiritual, que en definitiva es la más necesitada de nuestra vida, y la que Dios más interés tiene en rescatar.
Lázaro fue levantado de los muertos con el imparable poder de Dios. Las ansiedades se calmaron, las emociones se reenfocaron, y los reprochadores se tuvieron que callar la boca… sólo por unos días. Lo que trascendió para siempre fue la acción de Jesús, que con un nudo en la garganta abrazó a sus amigos para aliviarlos y darles vida eterna.
Jesús, enséñanos a esperar en ti. Sabemos que, en tu tiempo, nos socorres con tu amor. Amén.
Por CPTLN