Leer (Mateo 20:17-19)
Lo entregarán a los no judíos, para que se burlen de él y lo azoten, y lo crucifiquen; pero al tercer día resucitará. Mateo 20:19
“Mejor no decimos nada”, pensamos cuando tenemos que darle una mala noticia a alguien. Es muy difícil dar malas noticias, porque no nos gusta ver sufrir a los demás. O, tal vez, porque no sabemos cómo van a reaccionar.
Jesús llevó aparte a los doce y les dijo con mucho detalle el motivo del viaje a Jerusalén. Él iba a sufrir en manos de los religiosos primero, y del gobierno romano después. Antes de resucitar, Jesús iba a sufrir una muerte horrible. Jesús nunca dudó en decirles esto a sus discípulos, ni fue esta la única vez que les dijo semejante cosa. ¿El propósito? Que sus discípulos estuvieran advertidos.
De la misma manera también les habló claramente cuando les advirtió que por su causa sus seguidores iban a sufrir persecución y muerte: “Les he dicho estas cosas para que, cuando llegue ese momento, se acuerden de que ya se lo había dicho”(Juan 16:4). Lo que importa aquí es que con Dios no hay incertidumbre: lo que él dice, sucede.
¿Fue una mala noticia la que Jesús le dio a sus discípulos? Quizás no, aunque tenga que ver con entrega, sufrimiento, azotes y muerte. Porque la resurrección que Jesús predice cambia esta noticia ¡en la mejor noticia del mundo! Jesús no tuvo el propósito de abrumar y asustar a los discípulos, sino ponerlos al tanto de los planes de Dios para liberarlos a ellos -y a nosotros-del sufrimiento eterno. El sufrimiento y la muerte de Jesús son la buena noticia de Dios, confirmada con su resurrección, que el castigo por nuestros pecados fue satisfecho.
“Del dicho al hecho hay un largo trecho”, dice la sabiduría popular, pero esto no se aplica a Jesús. Lo que él dice, lo hace. Lo que nos prometió lo cumplirá. Estaremos en el cielo con él para siempre.
Gracias, Señor, por tenernos informados de tus magníficos planes de salvación. Amén.
Por CPTLN