lunes, 24 de febrero de 2020

Si falta la disciplina

“Y el rey mandó a Joab, a Abisai y a Itai, diciendo: Tratad benignamente por amor de mí al joven Absalón. Y todo el pueblo oyó cuando dio el rey orden acerca de Absalón a todos los capitanes” (2 Samuel 18:5).  
 
Lectura: Prov. 3:1-12.
 
            La historia de la relación entre David y sus hijos Amnón y Absalón nos toca muy de cerca en una época cuando parece que los padres tienen que consentir a sus hijos para ganar su afecto, cuando las posibilidades para disciplinarlos son muy limitadas, y cuando los hijos pueden denunciar a los padres y la ley fácilmente decanta a favor de los hijos, aun cuando mienten. En tiempos de la abuela, una bofetada bien dada en el momento preciso enderezaba al hijo rápidamente, pero hoy día estos métodos escandalizan a la sociedad. Antes los hijos temían a los padres. Estos solo tenían que decir: “No quiero que nadie tenga nada malo que decirme en cuanto a vosotros”, y los hijos agachaban la cabeza y asentaban sin abrir boca. Determinaban que nunca darían ningún disgusto a sus padres. Pero hoy día los hijos pasan de “lo que dirán”, y de la opinión de sus padres, para hacer lo que quieren, y esto, desgraciadamente, para su propio detrimento.
 
            Conozco la historia de un niño que quedó sin disciplina de bien joven cuando hizo trampa y utilizó la religión para ganarse mucho dinero fácil a espaldas de sus padres. Lo que hizo fue escandaloso, pero como solo tenía unos ocho o nueve años, los padres lo dejaron pasar. No hubo consecuencias. De hecho no hubo disciplina, ni en aquel momento, ni después. Este incidente le marcó el curso de la vida. Fue un momento decisivo. Dejó de respetar a Dios y a sus padres; marcó un antes y un después.
 
De aquel momento en adelante, el niño, y después el joven, iba tras el dinero deshonesto. Iba subiendo sin disciplina, y sin castigo, y sus atropellos iban siendo cada vez más serios a la medida que iba creciendo. Su madre ocultaba a su marido sus travesuras, y luego sus estafas, para proteger a su hijo, y para no dar disgustos a su marido. Su padre nunca llegó a saber ni la mitad de lo que su hijo hacía. Pasó de delincuente a criminal, siempre tras el dinero fácil, y la madre continuó la misma tónica de ocultar sus acciones a su padre y no hacerle pagar las consecuencias de lo que hacía, y esto, en nombre del amor y la misericordia. Primero ella aguardaba la esperanza de que su hijo cambiase, y después, se resignó a que él era así, que había nacido así, y que no había nada que hacer, porque no se podía poner a un hijo en la calle, porque esto sería de mal testimonio. El método de protegerle, ocultar a su padre lo que hacía y permitir que hiciese lo que quisiera condujo a un fin terrible y previsible. Nunca consiguió un trabajo estable. El pecado conduce a la muerte. El suyo destrozó el corazón de sus padres, trajo sufrimiento y vergüenza a la familia, y frustración a sus hermanas que veían todo lo que estaba pasando. Finalmente le llevó a él a una muerte prematura, encontrándose solo y rodeado de miseria.  
 
Cuánto sufrimiento. “Salió, pues, el pueblo al campo contra Israel, y se libró la batalla en el bosque de Efraín” (18:6). Guerra civil, hermano contra hermano, atrocidades y muerte, todo por causa de Absalón.
Enviado por: Hno. Mario Caballero