“…sometida a prueba vuestra fe, mucho más preciosa que el oro, el cual aunque perecedero se prueba con fuego…” (1 Pedro 1:7).
Cuánto más fuerte nuestra fe, más fuerte tiene que ser la prueba, para que sea una prueba de verdad. La fe de Sansón fue probada por una mujer pagana. ¿Sería leal al Dios de Israel o iría tras mujeres de otros dioses? Cuando cayó en la tentación, la gloria fue para el dios de ella: “Entonces los príncipes de los filisteos se juntaron para ofrecer sacrificio a Dagón su dios y para alegrarse; y dijeron: Nuestro dios entregó en nuestras manos a Sansón nuestro enemigo” (Jueces 16:23).
La fe de Elías fue probada cuando se quedó solo en Israel: “Sólo yo he quedado, y me buscan para quitarme la vida” (1 Reyes 19:14). La fe de Eliseo fue probada cuando Elías le dejó: “¿Dónde está Jehová, el Dios de Elías?” (2 Reyes 2:14). Ya tuvo que aprender a actuar por fe en el mismo Dios, pero sin su padre espiritual.
La fe de Pablo fue probada cuando se quedó solo en la prisión en Roma esperando su muerte: “En mi primera defensa ninguno estuvo a mi lado, sino todos me desampararon” (2 Tim. 4:16).
La fe de Job, fue probada cuando se creía abandonado por Dios: “¡Quién me diera el saber dónde hallar a Dios!” (Job 23:3). Pasó por la noche del alma, por la fe desnuda, sin ayuda alguna. Preguntó al Señor: “¿Qué es el hombre… para que pongas sobre él tu corazón… y todos los momentos lo pruebas?” (Job 7:17, 18). Pero estaba seguro de que al final saldría ileso: “Él conoce mi camino; me probará, y saldré como oro” (Job 23:10).
La fe de Jesús también pasó por el abandono, pero en su caso fue real. El Padre le abandonó porque él estaba impregnado con nuestro pecado. La oscuridad de la Cruz marcó el abandono del Padre. El que es la Luz se fue y dejó a su Hijo en la densa oscuridad satánica de la muerte. ¿Cómo respondió Jesús? “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” (Sal. 22:1). Preguntó cómo fuese posible que el que era su misma esencia se separara de él. Dios era la vida de su sangre, la luz de sus ojos y el aliento de sus pulmones. Era su misma naturaleza. Eran uno, como tú y tu ser son uno. Lo indivisible se dividió y Jesús quedó solo, pero mantuvo su integridad y su fe no falló: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu” (Lu. 23:46). ¡Encomendó su espíritu en los manos de él que le estaba matando (Is. 53:4) y murió confiando en él. “Aunque él me matare, en él esperaré” (Job 13:15) fue cumplido en Jesús.
¿Cómo es tu fe? ¿Amas al Señor con el alma? ¿Él es tu misma vida? No te extraña si pasas por el “horno del fuego ardiendo”, pero que sepas, el Hijo de Dios estará contigo en las llamas (Daniel 3:25). “Cuando pases por el fuego, no te quemarás, ni la llama arderá en ti” (Is. 43:3). Cuando has sido probado, saldrás como oro fino. “Me probará, y saldré como oro” se cumplirá en ti.
Enviado por el Hno. Mario Caballero