“Y allí se metió en una cueva, donde pasó la noche. Y vino a él palabra de Jehová , el cual le dijo: ¿Qué haces aquí Elías?
(1 Reyes 19:9)
Lo que sigue es una conversación entrañable entre el profeta angustiado y su Dios. Elías explica que está escondido en el monte de Dios en una cueva porque le buscan para quitarle la vida y él es el único de los profetas que ha quedado. Dios le dice que salga de la cueva y que se ponga en el monte delante de Dios. “Y he aquí Jehová que pasaba, y un grande y poderoso viento que rompía los montes y quebraba las peñas delante de Jehová, pero Jehová no estaba en el viento. Y tras el viento un terremoto, pero Jehová no estaba en el terremoto. Y tras el terremoto un fuego; pero Jehová no estaba en el fuego” (v. 11, 12). Ahora, esto es muy interesante, porque nosotros habríamos pensando que sí. ¿No son las tres cosas símbolos del Espíritu Santo de Dios? En el Día de Pentecostés vino el Espíritu Santo con un viento recio que soplaba “y llenó toda la casa donde estaban sentados” (Hechos 2:2). ¿Y no es el fuego otro símbolo de Dios? “Y se les aparecieron lenguas repartidas, como de fuego, asentándose sobre cada uno de ellos” (Hechos 2:3). Cuando el Señor Jesús murió vino un gran terremoto que partió rocas y abrió sepulcros (Mat. 27: 51, 54). El viento simboliza vida nueva, el fuego santidad, y el terremoto, poder. Todos son atributos de Dios. Pero todas estas cosas Elías ya tenía: ya tenía una vida poderosa de santidad. Lo que necesitaba era la Palabra de Dios, una palabra clara para su situación y esta palabra le vino en la voz de Dios que le habló en “un silbo apacible y delicado” (v. 12).
En su vida poderosa de santidad necesitaba también comunión con Dios, necesitaba oír su voz guiándole en su situación presente, igual que nosotros. ¿Qué hacer? Está solo. Le buscan para matarle. Israel se quedará sin profeta. La voz de Dios se va a extinguir en Israel. Así parecía. Pero Dios tenía su plan y su provisión para él, y la tiene para nosotros, para cada uno según su situación. Lo que necesitaba Elías era un compañero en el ministerio, alguien para reemplazarle cuando Dios le llamase a Casa. Israel también necesitaba un nuevo rey. El hombre que reinaba ahora era él que le buscaba para matarle. El Señor le dijo: “A Jehu hijo de Nimsi ungirás por rey sobre Israel y a Eliseo… ungirás para que sea profeta en tu lugar” (v. 16). Con estas dos cosas, todo estaba solucionado. Israel no quedaría sin voz profética, y el profeta no estaría solo. Ya estaría acompañado por Eliseo a quien iba a formar para ocupar su lugar. Y Dios le dijo una cosa más: “Y yo haré que queden en Israel siete mil, cuyas rodillas no se doblarán ante Baal, y cuyas bocas no lo besaron” (v. 18). Elías no quedaría como el único fiel a Dios en Israel en medio de la gran apostasía que la nación estaba viviendo. Los dones de Dios, el poder sobrenatural para obrar milagros, y el don de la profecía no eran capaces de sacar a Elías de sus temores, pero la Palabra de Dios, sí. Los dones del Espíritu han de ir acompañadas por la Palabra de
Dios, esta palabra personal que anima, alienta y restaura. Tú, espera en el Señor, búscale, y te vendrá la palabra personal de Dios que restaurará tu alma.
Por: Hno.Mario Caballero