miércoles, 29 de enero de 2020

Orar ó rezar

“Orando en todo tiempo con toda oración y súplica en el Espíritu, y velando en ello con toda perseverancia y súplica por todo los santos” (Ef. 6:18).
Rezar
            Hace muchos años, cuando yo estaba aprendiendo a orar, pensaba que el arte consistía en combinar  una serie de frases que sonaban bien y colocarlas una tras otra, para formular una especie de oratorio, o soliloquio, como los discursos que se oyen en las grandes obras de teatro, como las de Shakespeare. Hamlet se pone en el patio del palacio y habla consigo mismo en una hermosa prosa que conmueve. Esta era mi idea de la oración. Parece que no soy la única que tenía este malentendido. En nuestras iglesias se oyen muchos hermosos discursos teológicos dirigidos al público que pasan por oraciones, pero no lo son. No suben al cielo. Son como el fariseo que “oraba consigo mismo” (Lu. 18:11). Sin embargo, estos hermanos no son hipócritas, son sinceros, pero les falta vida. La verdad es que impresionan. Su elocuencia y verbosidad son admirables, pero no es lo que Jesús enseñó a sus discípulos. “Piensan que por su palabrería serán oídos” (Mat. 6:7). La oración no es un repaso de doctrina, ni un discurso, ni un sermón, sino el Espíritu Santo dentro del creyente hablando con el Dios vivo que está en los Cielos.
Orar
La oración es comentar las cosas con Dios. Al hacerlo, el Espíritu Santo arroja luz acerca sobre lo que estamos diciendo. Trae Escrituras a la mente que tienen que ver con el tema. Él moldea nuestro pensamiento, nos da nuevas ideas, cambia nuestro punto de vista, y nos edifica. “El Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad; pues qué hemos de pedir como conviene, no lo sabemos, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros” (Romanos 8:26), en nosotros, y por medio de nosotros.
La oración es un intercambio. Hemos de cultivar el hábito de escuchar a Dios mientras oramos. Va poniendo oraciones en nuestro espíritu. Éstas oramos, y al orar nos oímos diciendo cosas que nos sorprenden a nosotros mismos, porque el Espíritu Santo ora por medio de nuestras oraciones, y mientras hablamos, oímos su voz.
El Espíritu Santo
            El Espíritu Santo es Espíritu de vida. El sopla vida (Juan 3:8) en nuestras oraciones, en nuestra lectura de la Palabra, y en nuestras conversaciones. Sin su soplo de vida podemos ir a muchos cultos, estudiar mucho la Biblia, pasar años de ortodoxia evangélica sin vida fresca y nueva. Él es quien da vida a nuestro tiempo devocional, a nuestros cultos, a nuestras oraciones. Sin Él, participando, inspirando, moviéndose, soplando y dando vida, tenemos una religión pesada, compuesto de mucho conocimiento y muchas obligaciones, pero estéril. La clave es el estudio bíblico y la oración avivados por el Espíritu Santo.
            “Aconteció que estaba Jesús orando en un lugar, y cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo: Señor, enséñanos a orar, como también Juan enseñó a sus discípulos” (Lu. 11:1). Cuando oyes orar a uno que te edifica por medio de sus oraciones, arrímate a esta persona y aprende de ella.  
Por: Hno. Mario Caballero