Leer | Salmos 150
Piense en su oración más reciente al Señor. ¿Pasó tanto tiempo alabándole, como lo pasó haciéndole peticiones?
En nuestra sociedad narcisista, muchas personas van a la iglesia para satisfacer sus propias necesidades: cantar ayuda a las emociones, las predicaciones “alimentan al rebaño” y el coro entretiene. Es posible dejar que nuestras preferencias sean más importantes que el propósito fundamental del Creador para nuestra vida—es decir, exaltarlo.
La alabanza enaltece y agrada al Señor, pero nosotros también nos beneficiamos de la práctica. Primero, la adoración a Dios modera a nuestro “ego” —es imposible exaltar verdaderamente a Dios y estar aferrados al mismo tiempo a nuestro orgullo. Por el contrario, llegamos a reconocer nuestro pecado, nuestra debilidad y nuestra necesidad de Él. Como nos dice la Biblia, el poder del Señor se manifiesta cuando demostramos verdadera humildad (2 Co 12.10).
Segundo, la alabanza sirve para hacernos humildes, ya que es un recordatorio de la grandeza de Dios y de nuestra dependencia de Él. Pero, al mismo tiempo, exaltar al Señor fortalece nuestra sensación de seguridad, lo que aumenta nuestra fe. Por consiguiente, somos capaces de mirar más allá de nuestras circunstancias para ver la vida desde la perspectiva de Dios. Pensemos, también, en otro beneficio de centrarnos en la bondad del Señor Jesús: la tensión se va y encontramos nuevas fuerzas, ya que el Señor habita entre las alabanza de su pueblo (Sal 22.3).
Piense en los atributos del Señor y en su actividad en su vida. ¿Por qué cosa puede alabarle hoy?
Por: Min. En Contacto