Leer | 2 Corintios 1.3-7
A la gente le encanta las personas motivadoras, y el Señor quiere que todos sus hijos lo sean. Quien es capaz de alentar, puede darle esperanza y motivación a otra persona para perseverar en los momentos difíciles. No nacemos con esta capacidad desarrollada plenamente, pero podemos seguir varios pasos para llegar a servir de apoyo a un amigo que esté sufriendo.
Primero, debemos estar dispuestos a experimentar dolor. El apóstol Pablo nos exhorta a ayudar a otros con “la consolación con que nosotros somos consolados por Dios” (v. 4). Para experimentar la consolación y hacer que ésta fluya a través de nosotros, debemos experimentar algún sufrimiento. Hay poder en el toque de una persona que ha estado en el valle de sombras. Alguien que experimenta dolor, no ofrece palabras vacías sino esperanza.
Segundo, tenemos que aprender de nuestro sufrimiento. Si podemos ver nuestro dolor como un curso en la universidad de Dios, donde recibiremos una especialidad en motivación, gran parte del dolor se disipará. El Señor nos enseña a poner nuestra confianza en Él para poder transmitir ese conocimiento a otros.
Los motivadores más eficientes son los que dicen: “No había nada que yo pudiera hacer, sino clamar a Dios. Déjame contarte lo que hizo el Señor en respuesta”. Si tratamos de escapar del dolor, desaprovecharemos los principios que pueden aprenderse del sufrimiento; y entonces no podremos ser útiles a los demás. Nuestro tierno Padre celestial crea motivadores de personas dispuestas a ser quebrantadas.
Por Min. En Contacto