“Y repentinamente apareció con el ángel una multitud de las huestes celestiales, que alababan a Dios, y decían: ¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz, buena voluntad para con los hombres!” (Lucas 2:13, 14).
Tras el cántico de los ángeles han transcurrido 2,000 años de maldad. Su mensaje parece ser burlado por conflictos y guerras, desde peleas familiares, tribales, civiles, hasta guerras mundiales: guerras de egoísmo, guerras de ideologías y guerras de religiones. En nombre de la igualdad, justicia, y libertad hemos matado el uno al otro para hacer un mundo mejor, pero cada guerra solo ha servido para marcar un paso más en la degeneración del ser humano y de la sociedad.
Jesús no vino para traer una paz política, libración del opresor, sino liberación de la raíz de todo mal, a saber, de la tiranía del pecado en el corazón del hombre, de la avaricia, codicia, odio, egoísmo, crueldad, ira, contienda, lujuria, desenfreno, engaño, rebeldía, abuso, deseo carnal y locura. Cambiando el corazón de la persona, se cambia el país y el mundo. El evangelio es la única solución para el mal de este mundo, es decir, el evangelio de poder que convierte el hombre de guerra en hombre de paz, para que ya no mate al enemigo, sino que lo ame y lo bendiga y le haga bien. Esto es lo que el Señor Jesús ensenó ( Mat. 5:44). Su Espíritu es el poder que lo logra.
El mundo no va caminando hacia libertad, fraternidad e igualdad; la última guerra mundial no hizo el mundo apto para la democracia. El comunismo no trajo igualdad y justicia, ni eliminó la corrupción. Un estado islámico no va a traer la moralidad al mundo, ni la burka va a frenar la lujuria. No ha portado el libertinaje una ética viable, sino abortos, divorcios y la destrucción de la familia. La liberación de la mujer solo ha contribuido más a la pérdida de su feminidad y maternidad. El mundo ha probado todas las ideologías, todas las religiones y clases de gobierno, y todavía no hemos avanzado más allá de los días de Caín y Abel, de la envidia, el odio y el fratricidio.
Con todo, los ángeles tenían razón. Jesús vino para traer paz al corazón quebrantado, y cuando él reine sobre el trono de su padre David habrá paz en el mundo. Mientras tanto, “¡Cuán hermosos son los pies del que trae alegres nuevas, del que anuncia la paz, del que trae nuevas del bien, del que publica salvación! (Is. 52:7). Vamos a apresurarnos a traer el evangelio de paz a un mundo que no tiene ninguna otra esperanza.
Enviado por el Hno. Mario Caballero