“Simeón fue al templo, guiado por el Espíritu. Y cuando los padres del niño Jesús lo llevaron al templo para cumplir con lo establecido por la ley, él tomó al niño en sus brazos y bendijo a Dios.” Lucas 2.27-28
María y José sabían que habrían de volver al templo de Jerusalén con su niño para cumplir con los requerimientos de la Ley, por lo que seguramente se detuvieron a visitarlo y a admirar su belleza. Es probable que quedaran impresionados con los hombres y mujeres que fielmente oraban y servían en él.
También habrán notado a los que hacían todo tipo de negocios en el patio del templo-actividades que no tenían nada que ver con el propósito para el cual Salomón lo había construido- y probablemente los haya molestado. Su hijo habría de molestarse en gran manera muchos años después… tanto, que habría de echarlos a todos de allí (Mateo 21.12-13).
María y José estaban en un lugar santo, y lo sabían. Había sido un lugar santo para Abraham cuando ofreció un becerro como sacrificio por su hijo. Había sido un lugar santo cuando se ofrecían sacrificios por los pecados del pueblo. Y eventualmente sería el lugar en el que su propio hijo habría de ser ofrecido por los pecados de todo el mundo.
En nuestro camino de Nazaret a Belén también vamos a reunirnos en lo que para nosotros es un lugar santo. Es el lugar donde adoramos a Aquél que vino a nuestro mundo a dar su vida como el Cordero de Dios. Pronto nos vamos a reunir en ese lugar especial para celebrar la encarnación de Jesús.
Por CPTLN