miércoles, 25 de diciembre de 2019

Adorando al niño que en Belén está

“Y al entrar en la casa, vieron al niño con su madre María, y postrándose, lo adoraron” (Mateo 2:11).
Esta fue la reacción de los magos al entrar en la casa y ver al niño Jesús: le adoraron. Hay muchos himnos navideños que nos invitan a adorar al Niño, como el que citamos en el anunciado y, en principio, estamos de acuerdo. El problema es ¡que no lo hacemos! Los protestantes no adoramos a alguien que no se entera de lo que le estamos diciendo, a diferencia de muchos católicos que están acostumbrados a presentarse delante de estatuas y orar. No adoramos al Niño Jesús, y tampoco al Cristo muerto en la cruz, porque queremos llegar al Señor y agradarle con nuestra adoración, y en ambos casos, no nos puede entender. Para nosotros, la adoración es comunicación; no es decir frases a algo, o a alguien, que no nos puede oír, entender o responder, o bien porque es demasiado pequeño, o bien porque está muerto. Por eso, entre otros motivos, no oramos a crucifijos.
Hablar con algo que no oye es la esencia de la idolatría (Salmo 115:3-11). La adoración de la Virgen y de los santos cae en esta categoría. ¿Cuántas persona dicen: “Ave María, llena de gracia” a una estatua y piensan que la verdadera María en el cielo les ha oído, que han conectado con ella y establecido una relación con ella? En una verdadera adoración uno siente que la otra Persona ha recibido su devoción, está contenta y se siente complacida, amada y correctamente reconocida.
La adoración a Dios es muy diferente a la que se rinde ante una imagen. Dios no se siente adulado o halagado, o orgullosamente ansioso de recibir más alabanzas; no tiene un deseo insaciable de ser adorado, como en el culto a Baal, por ejemplo, sino más bien se siente complacido y contento de ser correspondido en su amor para con nosotros. Él es Dios y al adorarle estamos ocupando el lugar que nos corresponde como sus criaturas delante de su grandeza y majestad.
En nuestros himnos navideños, nuestra adoración toma la forma de reconocer quién es el Bebé en el pesebre, pero dirigimos nuestra adoración a Dios en el cielo, no al Niño Divino, porque ya no es un niño, sino Dios omnipotente. Los pastores no adoraron al Niño (ver Lu. 2:16, 17), sino a Dios: “Y volvieron los pastores glorificando a alabando a Dios” (Lu. 2:20). Los magos sí adoraron al Niño Jesús en el sentido que reconocieron que Él es el Cristo, el Mesías y el Salvador de todas las naciones. Y Dios en el cielo vio y oyó y recibió sus presentes y respondió a su adoración comunicándose con ellos, enviándoles un sueño acerca de la intención de Herodes y diciéndoles qué ruta debían tomar para volver a casa. Les condujo de nuevo habiendo confirmado su fe en que este Bebé realmente es el Salvador del mundo, haciéndoles saber que había recibido su adoración, encargándoles como sus delegados para comunicar las Buenas Nuevas en Oriente.
Enviado por el Hno. Mario Caballero