“Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados y limpiarnos de toda maldad. Si decimos que no hemos pecado, lo hacemos a él mentiroso, y su palabra no está en nosotros.” 1 Juan 1:9-10
Aún cuando los historiadores afirman que probablemente nunca ocurrió, la historia acerca de George Washington y la tala del cerezo de su padre tiene una cierta atracción.
Según cuenta la historia, el padre de Washington reclamó: “¿Quién ha cortado mi árbol de cerezo?” Ahí es cuando el joven salió al frente, y valientemente dijo: “Padre, no puedo mentir, yo soy quien cortó tu árbol de cerezo.”
Me pregunto: si hubiera sido el padre de Washington, ¿cómo habría reaccionado ante tal confesión? Probablemente habría elogiado la honestidad… pero estoy casi seguro que también lo habría castigado por lo que había hecho.
Así sentí cuando leí la historia de una señora que llamó a la policía, y dijo: “Quiero reportar a un conductor ebrio.” El agente de policía le preguntó: “¿Está usted manejando detrás de él ahora?”, refiriéndose al conductor ebrio. A lo que la señora contestó: “Yo soy él.”
La señora siguió las órdenes del agente deteniendo su auto al costado de la carretera, donde esperó con sus luces de emergencia prendidas.
Y así es como la policía la encontró. Fue citada por delito menor, y comparecerá ante la corte el 10 de diciembre. ¿Qué le ocurrirá? Probablemente será elogiada por su confesión, y castigada por su delito.
Si la iglesia tuviera una lista de ideas en peligro de extinción, la confesión encabezaría dicha lista. La confesión general durante el servicio de los domingos quizás no, pero la confesión personal por un pecado específico es casi inexistente en la actualidad.
Sin embargo, el apóstol Juan nos anima a confesar nuestros pecados, porque Dios quiere que reconozcamos nuestras fallas y nuestros errores. Cuando lo hacemos no sólo reconocemos lo que hemos hecho mal, sino que también admitimos que necesitamos el perdón que Jesús ha ganado por nosotros con su vida, muerte y resurrección.
Es una cosa rara… nosotros pecamos, Jesús recibe el castigo; nosotros confesamos; Jesús nos perdona. Sí, es una cosa extraña, pero qué maravillosa que es.
Según cuenta la historia, el padre de Washington reclamó: “¿Quién ha cortado mi árbol de cerezo?” Ahí es cuando el joven salió al frente, y valientemente dijo: “Padre, no puedo mentir, yo soy quien cortó tu árbol de cerezo.”
Me pregunto: si hubiera sido el padre de Washington, ¿cómo habría reaccionado ante tal confesión? Probablemente habría elogiado la honestidad… pero estoy casi seguro que también lo habría castigado por lo que había hecho.
Así sentí cuando leí la historia de una señora que llamó a la policía, y dijo: “Quiero reportar a un conductor ebrio.” El agente de policía le preguntó: “¿Está usted manejando detrás de él ahora?”, refiriéndose al conductor ebrio. A lo que la señora contestó: “Yo soy él.”
La señora siguió las órdenes del agente deteniendo su auto al costado de la carretera, donde esperó con sus luces de emergencia prendidas.
Y así es como la policía la encontró. Fue citada por delito menor, y comparecerá ante la corte el 10 de diciembre. ¿Qué le ocurrirá? Probablemente será elogiada por su confesión, y castigada por su delito.
Si la iglesia tuviera una lista de ideas en peligro de extinción, la confesión encabezaría dicha lista. La confesión general durante el servicio de los domingos quizás no, pero la confesión personal por un pecado específico es casi inexistente en la actualidad.
Sin embargo, el apóstol Juan nos anima a confesar nuestros pecados, porque Dios quiere que reconozcamos nuestras fallas y nuestros errores. Cuando lo hacemos no sólo reconocemos lo que hemos hecho mal, sino que también admitimos que necesitamos el perdón que Jesús ha ganado por nosotros con su vida, muerte y resurrección.
Es una cosa rara… nosotros pecamos, Jesús recibe el castigo; nosotros confesamos; Jesús nos perdona. Sí, es una cosa extraña, pero qué maravillosa que es.
Por: CPTLN